Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XXVIII, "El llano en llamas".

 Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XXVIII, “El llano en llamas”.

“Había vuelto la paz al Llano Grande.

“Pero no por mucho tiempo…”

El llano en llamas / Juan Rulfo

Juan Rulfo es sin lugar a dudas uno de los autores mexicanos favoritos de muchos, un hombre de refinada escritura en su redacción que relata poniéndose verdaderamente en los zapatos de sus protagonistas, de sus vivencias y emociones, así como de la forma de expresarse tanto en lo verbal como en lo no verbal, en concordancia con el contexto cultural del mexicano de principios del siglo pasado, imagen a cual más popular a ojos ajenos, pero que no deja de sorprender e impactar a más de uno, rompiendo con el paradigma de la imagen estereotípica de ese mismo mexicano. Es un autor que conoce a su pueblo y ello se ve en su obra.

Sin embargo, podría sorprender a más de uno al adentrarse más a su obra, al menos la literaria, y darse cuenta de que en realidad escribió muy poco, pero lo poco que escribió le valió para posicionarse en un lugar de honor. Sin citar literalmente me parece que fue Gabriel García Márquez, gran admirador de la obra de Rulfo, quien en alguna ocasión dijo que, de haber escrito una obra como “Pedro Páramo” (de la cual ya hice una reseña hace un tiempo) ya no habría tenido necesidad de escribir más. Sobra decir que esa sencilla frase condensa la genialidad de Rulfo, así como la posición que ocupa (bien merecida) en las letras nacionales e internacionales, particularmente de la literatura del mundo hispano hablante y lector.

Hombre de varios talentos entre los que sobresalen la literatura, la fotografía e incluso la cinematografía, Juan Rulfo personifica la frase popular de “la calidad por encima de la cantidad”. Si bien es cierto que hay autores que han escrito mucho más, lo que escribió le bastó, ¡y le sobró! Para servir de inspiración a otros autores; me niego a decir modelo para otros autores, pues Rulfo es único en sí mismo.

Como lector, soy consciente de que muchas veces la gente tiende (tendemos) a pensar que cuando se habla de la obra de un autor reconocido, así como de sus óperas primas, éstas son escritas automáticamente en un formato y ya. Ahí nace la obra, es conocido el autor.

Pero no es así.

Pongo, por ejemplo, en las antípodas de los ejemplos literarios podrían decirme algunos, el caso de las tiras cómicas. El primer cómic americano publicado se considera el “Action Cómics número uno”, la primera aparición de Superman, en junio de 1938. Pero si a esas vamos, realmente el primer superhéroe “oficial” del mundo del arte secuencial debería ser “El Fantasma (The Phantom)”, que aparece dos años antes que el kryptoniano. ¿Por qué no se considera a aquél como el primer superhéroe por encima de Superman? Simple: Superman apareció por primera vez en una publicación regular en tanto que el Fantasma, apareció inicialmente en un periódico. Un mero tecnicismo.

¿A dónde voy con esto, por qué este ejemplo tan dispar? Bueno, dispar en apariencia, pero no olvidemos que estoy dirigiendo esta publicación precisamente a un público que se distingue por ello: por el hecho de ser lector.

El llano en llamas fue de hecho publicado casi enteramente como una serie de cuentos o relatos cortos por el año de 1953. Digo casi enteramente porque años después, en 1970, fueron añadidos dos relatos al mismo: “La herencia de Matilde Arcángel” y “El día del derrumbe”. Fue hasta entonces que fue publicado de “segunda forma definitiva” con los diecisiete relatos que al día de hoy le integran.

Y, ¿qué mejor de forma de presentar esta reflexión que desmenuzándola en los diecisiete exquisitos relatos que la componen?

Comenzamos.




 

Primer relato. Nos han dado la tierra.

El Llano grande. Ese páramo de desolación convertido en herencia de Papá Gobierno para los que lucharon en la bola, en la revolución mexicana, el primer levantamiento armado del siglo veinte. Tras despojar a los antiguos combatientes de armas y hasta caballos, el gobierno decide “premiarlos” y licenciarlos forzadamente obsequiándoles un terreno yermo y estéril, esa “costra de tepetate que la sembráramos”.

Fiel resumen de la forma en que inútil y burlonamente les fue pagada a esos héroes anónimos su valentía en la gran revolución de inicios del siglo pasado en nuestro país. Melitón, Faustino, Esteban y el narrador en turno se convierten en ese microcosmos mexicano atribulado.

 

Segundo relato. La Cuesta de las Comadres.

Las dinastías en México siempre han sido una costumbre desde tiempos coloniales y estas, como cualquier colectivo, buscan siempre perpetuar y mantener su hegemonía. Tal es el caso de los Torricos, dueños de los terrenos que con trabajos laboran los lugareños. Los Torricos son los dueños; el resto del pueblo sólo vive y trabaja ahí.

Labrando su coamil (pequeña parcela), sacando de la tierra lo que puedan, la gente que habitaba el lugar simplemente era vista por los Torricos como inquilinos molestos pero necesarios para trabajar el terreno. Centro de trabajo, hogar y sepultura para los Torricos se convirtió aquel sitio donde, sin dar más detalles de la trama, se convierte en verdad aquel adagio de que el valiente vive hasta que el cobarde quiere.

 

Tercer relato. Es que somos muy pobres.

La eterna tragedia presente en la vida del pobre campesino, manifestada en desastre natural. El apego a las pocas y no con pocas dificultades posesiones obtenidas con la vana esperanza de que algún día le saquen de pobre a uno de estos pobres infelices, situación con la que más de uno de nosotros se ha sentido identificado alguna vez, es uno de los principales protagonistas de este corto pero atrapante relato.

Y no olvidar que junto con ese temor a perder lo material esta esa pérdida, esa derrota, angustia incesante y escarnio moral hacia la mujer, personificada en la hija de la familia protagonista del relato, pero principalmente ese temor personificado en la mayor desventura e inseguridad mexicanas que perduran hasta el día de hoy: el machismo.

 

Cuarto relato. El hombre.

La búsqueda de un asesino, cuyos motivos poco importan ya al haber cometido el deleznable acto de acabar con la vida de una familia, con un pastor humilde que se sabe él mismo humilde e ignorante a la vez que consciente de la misma maldad humana, son el punto central de este corto pero dramático relato. El final, menos predecible de lo que pudiera creerse, no deja de ser impactante, y nada pide a las clásicas historias novelescas de venganza, muerte y redención que puede hallar uno en otros medios tales como series, películas o incluso tiras cómicas.

Ciertamente la sencillez del título de esta pequeña obra no hace justicia a la magistral narración que te deja en vilo de principio a fin, haciéndote preguntarte a ti mismo, ¿qué pasará?

 

Quinto relato. En la madrugada.

El remordimiento, la soledad y el incesto son algunos de los temas tratados en esta obra. Ese soliloquio avasallador, ese diálogo consigo mismo, así como el conflicto moral que se suscita en la mente de Justo, padre de su hija Margarita y padre de la criatura de esta, son el componente perfecto para una obra controvertida, escandalosa y atrayente que dada su corta duración, daba para más.

Mucho más.

 

Sexto relato. Talpa.

A estas alturas, cualquier lector que o bien sea mexicano que haya viajado mucho por nuestro bello e impactante país o bien un extranjero que haya transitado por el mismo, se habrá dado cuenta de que el escenario en que se desarrollan la mayoría de estos relatos es sin duda el que es reconocido por muchos como nuestro embajador en el mundo: el estado de Jalisco.

Y es que bien o mal, así es. Al menos en los relatos de Rulfo, como ya se habrá notado.

Tanilo, víctima de la peste, es llevado con muchísimos trabajos por su esposa y cuñados a ver a la milagrosa Virgen de Talpa, con la esperanza de sanar de su enfermedad. A insistencia de este, su esposa Natalia y su cuñado, con quien aquella sostiene una relación, parten hacia Talpa con la intención de pedir a la Virgen recuperarse. Quizá sin saberlo o a pesar de saberlo, la muerte acecha a cada momento para llevarse a Tanilo de este plano, y cualquiera pensaría que con ello la esposa de Tanilo y su cuñado tendrían carta blanca para continuar con su infidelidad y ya formalizar la misma sin remordimiento, pero no, pues la cosa cambia por completo; el final no se hace esperar.

La descripción poética y embellecida del adulterio cometido por Natalia con su cuñado, así como los síntomas de la enfermedad padecida por Tanilo acentúan el dramatismo de la tragedia cuyo desenlace era de esperarse, sin dejar de ser sorprendente por las aristas que éste toma al finalizar el relato.

 

Séptimo relato. Macario.

Sin confundir con la obra homónima de Bruno Traven, Macario es un relato en que nuestro protagonista guarda un respeto a regañadientes hacia su madrina, quien le pide que haga de todo, desde lavar los trastes y acarrear la leña, hasta aplastar los sapos y ranas que salieran de la alcantarilla, que no dejaban dormir a la madrina de Macario.

Entra en escena también Felipa, a quien Macario quiere más que a su madrina, y con quien seguramente Macario sostiene una fetichista y a cual más impactante relación íntima, pues en la forma tan ingenua a la vez que pícara en que este describe la misma, no puede uno menos que sorprenderse (¿o quizá no?) de que sea ella la protagónica del despertar sexual de nuestro protagónico.

Una relación intensa, tórrida, que no esconde su deseo ni da muestras de un arrepentimiento. ¿Qué es, para Macario, Felipa en su vida?

 

Octavo relato. El llano en llamas.

Por fin hemos llegado al relato que da nombre a esta obra maestra literaria de Rulfo, acaso el más extenso de los que componen esta magnífica recopilación.

El desarrollo de los teje manejes de la lucha revolucionaria del México de principios del siglo veinte es relatado sin romanticismos ni tapujos: desde su parte más noble hasta su parte más ruin y escandalosa. Se trata de un “amor” (si es que así se le puede decir) que perdona y acepta lo que se le da o lo que se le presenta porque así son las cosas; no existe aquí un cuestionamiento de porque se dan estos sucesos, simplemente se aceptan y se sigue adelante, en la esperanza patética de que la próxima vez sea “menos peor”.

Petronilo Flores, la Perra, es el caudillo por el que el pueblo lucha. Pero la lucha entre los mismos caudillos, como Pedro Zamora, no es menos importante: ni qué decir de los “pelones”, los federales. Una lucha de todos contra todos y entre todos.

El relator se balancea entre uno y otro y en sus andanzas y tropelías, el llano se convierte en el lienzo tiznado por el que avanzan sin ton ni son, en búsqueda de su rival. Una revolución que pretendía llevarse a cabo “con el dinero de los ricos” en palabras de Pedro Zamora pero cual perro que atrapa al auto que persigue, no haría nada con él una vez que lo alcance es la definición perfecta de la lucha inútil que no lleva a nada, fuera de conocer los alcances de la barbarie humana al no saber claramente para qué o por quién se peleaba.

San Pedro, el Cuastecomate y tantos otros sitios se convirtieron en las piro-víctimas de las tropelías de nuestros protagonistas. Por supuesto que al apoderarse de esos pueblos o rancherías, Pedro Zamora y compañía no podían menos que regodearse en su victoria obligando a los caporales a participar en corridas de toro improvisadas en espera de su inevitable final, ora bien a manos de las bestias o colgados de algún árbol: horrible espectáculo al más puro estilo del circo romano.

El reclutamiento de voluntarios, como los indios güeros de Zacoalco y muchos otros lugareños, era cosa de todos los días: todo fuera por la causa revolucionaria, aunque no se tuviera ni perra idea de por qué se peleaba. Perros de caza que pronto se encariñaban con el caudillo en turno, Pedro Zamora en este caso.

Llega el acabose cuando Zamora descarrila el tren de Sayula, pues se incrementa la persecución contra los rebeldes, donde entran en juego por parte de los federales el uso de ametralladoras para atosigar a estos. Ni qué decir de la persecución que estos sufren, así como del ostracismo que sufren por parte de la población local, convirtiéndose en apestados no bienvenidos en ningún sitio.

El apresamiento y muerte de varios de los rebeldes no se hizo esperar y nuestro protagonista el “Pichón”, quien dista mucho de ser un héroe, revela ser padre de una criatura cuya madre, a quien este robó y le “costó buen trabajo amansarla”, nos da una idea brutal de la naturaleza de la relación. Lo más sorprendente es que esta mujer, a quien el Pichón se llevó a la tierna edad de catorce años y a cuyo padre el Pichón y sus compinches mataron, le acepta como el padre de su hijo y lo acepta como su hombre, no bandido ni asesino.

Impactante y no poco común, irónicamente.

 

Noveno relato. ¡Diles que no me maten!

La tragedia de Juvencio, a quien sus pecados visitan muchos años después para pasarle factura de la muerte de Don Lupe Terreros, asesinado por aquel simplemente por pastorear su ganado en la propiedad de este, es el punto central del relato en cuestión.

Justino, quien es custodio e hijo de Juvencio, escucha la patética súplica de este, quien poniendo por pretexto que el acontecimiento había ocurrido hacía mucho tiempo, cree poder salvarse del destino que le aguarda frente al paredón. Aferrándose a su vez a la vana esperanza de que lo hayan confundido con otro Juvencio Nava, se cuelga de este argumento para salvar su vida. De igual forma, piensa que si incluso no puso reparo cuando su mujer se marchó de su vida, esta era la única posesión que le quedaba por cuidar.

Pero contrario a lo que Juvencio cree, el tiempo no olvida y pasa a llevarle la cuenta tras años de ingenua espera y vana esperanza de que todo se ha olvidado, que ha quedado atrás. El final no se hace esperar, ni es de extrañar.

Es inútil resistirse al destino.

 

Décimo relato. Luvina.

Si tuviera que escoger uno de los relatos de “El llano en llamas”, sin duda Luvina ocuparía para mí, el primer lugar.

La narración del jinete que da el tour por este enigmático y desolado sitio, cual si se tratara de un experto curador, así como la descripción de las criaturas como una extensión del lugar, del cerro, con sus piedras grises, sus comejenes, chicalotes y demás, que más que individuos parecieran como dije antes, extensiones o partes de una misma entidad que pese a lo yermo de su aspecto tiene vida propia, te atrapan desde el inicio.

Triste y fantasmagórico lugar, San Juan Luvina parece más un personaje que un sitio. Y conforme avanza el recorrido del lugar a sorbos de cerveza y tragos de un mezcal local, donde hasta el silencio parece hacer ruido, quizá la duda que a todos acicatea la describe nuestro narrador al preguntarle a su esposa:

“-¿En qué país estamos, Agripina?”

Un mundo dentro del mundo que es nuestro país, eso parece Luvina, paraje donde el tiempo se detiene. Lugar y microcosmos mexicano en el que los padres, tras plantar su semilla en el vientre de sus mujeres las dejan, regresando posteriormente… O nunca, dejando un pueblo con mujeres solas y viejos. ¡Menuda realidad perpetuada hasta hoy!

La única vez que le gente de Luvina rió fue cuando les dijeron que el gobierno les iba a ayudar y estos le echan en cara a un profesor su ingenuidad, aduciendo que el gobierno ni lo conocía y mucho menos a la madre del gobierno, de la que éste carece.

La monótona y patética paciencia y aceptación de la gente de Luvina por su situación, el clásico y patético “así han sido las cosas siempre”, es reflejo fiel de la realidad vivida en nuestro país.

A riesgo de sonar gastado cual millennial, aquí en México “todos somos Luvina”.

 

Décimo primer relato. La noche que lo dejaron solo.

Los eventos desarrollados durante la era cristera son un tema que poco se ha tratado en México, pero que en este relato nos presentan la huida de un rebelde cristero que busca huir del funesto destino que le aguarda a manos de los federales.

Si bien no se trata en lo absoluto de una descripción detallada de los hechos, siendo que la narración es bastante corta, la realidad es que no puede uno sino empatizar con las vivencias del fugitivo Feliciano Ruelas, quien junto con sus correligionarios al grito de “¡Viva Cristo Rey!” cogía fuerzas para continuar la lucha al lado de sus compañeros, mismos que lamentablemente, fueron poco a poco capturados y diezmados por las fuerzas federales. Este grupo en particular buscaba juntarse con otros más para juntarse con los cristeros del Catorce, aquel famoso rebelde cristero, azote de los federales.

La angustia que Feliciano siente por sus compañeros manifestada en esa desagradable sensación en su estómago y en la aterradora visión de sus amigos colgados no deja de impresionar al lector. Los soldados están a la espera de este, para que ocupe su lugar suspendido de una de las ramas del mezquite junto a sus compañeros de armas.

¿Qué pasó después?

 

Décimo segundo relato. Paso del Norte.

Éste relato es, en definitiva, al menos para mí, el que se lleva el bronce en mi top 3.

Como título no oficial, yo lo nombraría, “Paso del Norte o crónica de una odisea americana”, pues describe de forma genial la tragedia (sí, tragedia) vivida año con año por nuestros paisanos, obligados a cruzar “pa’l otro lado” a la Unión Americana, en busca de un mejor futuro. Con todo y el resultado inevitable y riesgo que ello conlleva, dejando todo lo que conocen, familia y cultura incluidas.

El pleito generacional entre padre e hijo se hace patente en este relato. El hijo que necesita hacerse de más medios económicos para mantener a su familia y el padre que se lava las manos; cada quién en su plan y con el egoísmo y machismo característicos, ciclo que se repite y perpetúa una y otra vez.

El hijo advierte al padre que se enfila al Norte, queriendo encargarle a su mujer e hijos al padre. De igual manera, le reclama el traerle al mundo a padecer, el no enseñarle su oficio de cuetero por miedo a que compitiera con el (mexicano contra mexicano, ¡vaya novedad), así como la actitud indiferente del padre y su reclamo por la mujer escogida por su hijo como compañera de vida, la Tránsito. El justo reclamo del hijo por no haber sido mejor instruido por el padre, así como la nula o poca atención de este mismo a su vez, constituyen el triste ciclo de reclamos que no lleva a ningún lado

Tres niños, dos niñas y la nuera, a encargo del padre. El desenlace de esta historia aunque triste y patético quizá no diste mucho de la realidad vivida en otras familias mexicanas.

Mutua necedad convertida en tragedia.

 

Décimo tercer relato. Acuérdate.

Urbano Gómez es el protagonista del relato en cuestión. Los clásicos chismes de pueblo, tan presentes en el imaginario colectivo, se presentan ante nosotros en esta narración.

Éste se casó con fulana de tal, a su madre le llamaban la Berenjena, era cuñado de Nachito Rivera, la hacía de vendedor que de todo sacaba su dinerito, hacía su agosto: desde canicas y demás juguetes hasta mayates verdes para amarrarlos cual papalotes vivientes en miniatura.

Desde luego, las relaciones íntimas entre familiares no son poco comunes, como ocurrió con Urbano y su prima la Arremangada. La humillación pública de que fue objeto, así como las vejaciones sufridas a manos de su tío Fidencio quien tras la paliza que le da a Urbano, sólo incrementan su resentimiento hacia el pueblo. “Ya me las pagarán caro”, dice.

Tiempo después regresa al pueblo, esta vez convertido en policía, quien con el poder que le ha dado su nuevo oficio no esconde su odio hacia la gente del pueblo. Tras matar a su cuñado, Nachito, quien tocaba la mandolina, es detenido de súbito por un transeúnte que ni siquiera era del pueblo.

El final, al que ni siquiera ofrece la mayor resistencia posteriormente, no es de sorprender, a la vez que lo es tras las posteriores revelaciones contadas por el narrador de esta peculiar historia.

 

Décimo cuarto relato. No oyes ladrar los perros.

Ignacio, cargado a cuestas por su padre, no es precisamente un hijo modelo.

Habiéndole dado a su padre nada más que pesares desde pequeño, es llevado por este al pueblo de Tonaya a que lo curen. Con todo y el inmerecido cariño paternal que profesa a su hijo homicida y ladrón, este no deja de reclamarle su mal comportamiento, al tiempo que confía vagamente en que podrá salvar a su desventurado hijo.

Haciendo recuento de sus caprichos desde edad temprana se convirtieron para su padre en mal presagio desde entonces. Ni qué decir de la muerte de su madre tras el alumbramiento (que dan a entender que no ocurrió); pura tragedia.

Los perros, cual extras que nadie pidió, se convierten en los voceros que anuncian la llegada de estos personajes, ¿o quizás heraldos de la inevitable tragedia que ya se cernía desde inicios del relato?

 

Décimo quinto relato. El día del derrumbe.

Septiembre, ¡siempre septiembre en México! SepTIEMBLE, pa’ los cuates…

Tuxcacuesco es un México en miniatura; y no me refiero meramente a la ciudad de México, sino al país en general. Una maqueta elaborada que representa fielmente a la tragedia que sufre el país al no contar realmente con quien le ayude en las tragedias…

Qué país.

Otro Melitón es uno de los principales actores de este relato. Pero lo curioso aquí es el detalle con que son narrados los pormenores de la tragedia, así como la “ayuda” provista a través de los funcionarios públicos que llegan al rescate no del pueblo que sufrió la tragedia, sino de su propia popularidad.

¿Suena familiar?

La ignorancia del pueblo promedio mexicano, al grado de no saber ni de quién demonios era el monumento erecto en la plaza principal del pueblo, Juárez, y no Hidalgo, Morelos o Zapata como muchos suponían, da una idea del porqué el mexicano en particular (y me atrevería a decir que el latinoamericano en general) tiene gobiernos así: porque se los merece.

Y hablando de políticos y gobernantes, ¿qué mejor que condimentar el relato con un montón de funcionarios públicos que se sirven de mentiras y promesas falsas, mediante una complicada jerigonza que nadie parece entender, pero a la que aplauden sin saber qué demonios dijeron sus “dirigentes”? Diciendo de todo y nada al mismo tiempo.

Panem et circenses.

Y como en cualquier circo, no pueden faltar los bufones aduladores. Harto de las incansables y ridículas lisonjas, alguien de entre la muchedumbre en el evento que pretendía agasajar a los funcionarios desencadena un caos. Los músicos, en medio de la vorágine, continúan tocando mientras la fiesta degenera en tragedia: muerte, borrachera y violencia, ¡mala combinación!

¿Se resolvió algo con esa reunión? ¡Qué importa! Al menos vimos al gobernador, ¿verdad?

Décimo sexto relato. La herencia de Matilde Arcángel.

Corazón de María es el escenario principal de la historia de los Euremios. Y Matilde Arcángel, la matriarca y protagonista del relato, es el punto principal de esta peculiar historia.

Originaria del pueblo de Chupaderos, llegó tiempo después a Corazón de María. Matilde estaba comprometida con el relator, Tranquilino Herrera, pero poco después se desentendió de este.

Siendo hija de Doña Sinesia, quien administraba una fonda en Chupaderos, Matilde robaba las miradas de los clientes y cuanto transeúnte se atravesaba. Y si bien el relator tenía intenciones de quedarse con Matilde, se le adelantó en el camino uno de los Euremios, Euremio Cedillo, con quien esta se casó y tuvo un hijo.

Pero ya se sabe como es la cosa en estos relatos: la mayoría de las veces no hay un “y vivieron felices para siempre”.

Curiosamente, Tranquilino se convierte en padrino del hijo de Matilde Arcángel, pero esta tiene un final trágico. Y es aquí donde entramos en el reino del hubiera. “Si la hubiera dejado tranquila en Chupaderos, quizá todavía estaría viva…”

Tras la muerte de su esposa, Euremio se dio a la bebida, al “bingarrote”, así como a un encono hacia su hijo, cual si lo culpara del trágico final de su esposa.

Y si piensas que ahí acaba la tragedia, te equivocas.

Bandidos que llegan a Corazón de María se convierten en la perdición de Euremio y la angustia de su hijo.

Tragedia mexicana en su máxima y brevísima expresión.

 

Décimo séptimo relato. Anacleto Morones.

Y en mi top tres de los relatos maravillosos contados en “El llano en llamas”, la plata se la lleva Anacleto Morones.

No me malinterpreten: me encantan todas las narraciones de esta magnífica recopilación del maestro Rulfo, pero como decían los animales en Rebelión en la granja, “hay camaradas que son más iguales que otros”.

La llegada al domicilio de Lucas Lucatero de una comitiva de las clásicas viejas persignadas de pueblo, abogando por la causa de un santón más populista que popular, más embaucador que profeta del pueblo a quien Lucas conoce bien pues fue su asistente, así como el desarrollo de los acontecimientos en este relato que se balancea entre la comedia y la tragedia, hacen del mismo una verdadera delicia.

Y no es para menos, pues se tratan varios temas tabúes hasta la fecha en nuestra sociedad. Desde la falsa o mal encaminada devoción religiosa hasta el aborto, así como la constante injerencia de personas así encarnadas en estas mujeres (viejas metiches, pues) es a cual más evidente.

¿Quién es este “santo” por cuya causa abogan estas santurronas? Pues nada más y nada menos que quien da su nombre a este relato.

Lucas pretende, en su papel de anfitrión, deshacerse poco a poco de sus indeseables visitas. Entre que les sirve agua de arrayán, hasta que les cuenta sus vivencias al lado del Niño Anacleto, el supuesto santo por quien estas mujeres abogan, hasta los reclamos de su ex, quien estaba en la comitiva, el chisme se transforma en un verdadero deleite que atrapa.

Y es que el cinismo de Lucas es una cosa digna de leerse, pues el conoce a fondo los detalles más oscuros de este pretendido santo. Él, como veterano de la guerra cristera, ¡cuánta cosa no ha visto y vivido!

Uno de los aspectos presentes en la obra de Rulfo a lo largo de los relatos que presenta es el incesto. Y, ¿a que no adivinan con quien tuvo un hijo “San Anacleto Morones”? Así es, con su hija, a quien tuvo a bien encargar con Lucas Lucatero. ¡Menudo giro de trama!

No cabe duda que las manos milagrosas de Anacleto Morones no sólo “curaban”, pero también enamoraban a cuanta “iluminada” se cruzaba en su camino, a quien terminaba por seducir.

La última en quedarse con Lucas es Francisca; gracias a Dios el resto de la fanática comitiva ha partido, fastidiadas quizá por el “horrendo ateísmo de Lucas Lucatero”, Ave María Purísima. Y contrario al “que vaya a decir la gente” que tanto pregonaba la Francisca, pues… Se queda con el canijo Lucas. El final no deja de sorprender, a la vez que de dar… ¿Risa? Vaya…

En fin, así las cosas…


Con esto concluyo mi reflexión, la que amablemente comparto con ustedes, mis queridos lectores, en conmemoración del septuagésimo aniversario de la publicación de la primera edición de “El llano en llamas”.

  

De haber para mí un padre de la moderna literatura mexicana, ese sin duda sería Juan Rulfo. ¿Qué mejor que celebrar su obra en un día como hoy, día del padre?

Felicidades y abrazo al Cielo, Juan Rulfo.

 

Tonatiuh

Santiago de Querétaro, Qro. México. Domingo 18 de junio de 2023

 

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