Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XVI: La religiosa, de Denis Diderot.


Susana, protagonista de la novela, comienza su narración dirigiéndose al Marqués de Croismare. Su padre, abogado casado con una mujer mucho menor que él, tuvo (incluyendo a Susana) tres hijas. Sin embargo, ya desde joven, la protagonista se vio reducida al enclaustramiento en un convento, en el que, a cargo de la madre superiora, la hermana Moni, todo marchaba relativamente normal. Empero, ya se gestaba en Susana la aversión por la vida religiosa, pues no creía que "existiera un alma joven y sin experiencia capaz de resistir la prueba de este arte funesto", como se refería al enclaustramiento y celibato impuesto por las órdenes monacales. Muere aquella mujer, la hermana Moni, y todo vino a dar un vuelco tremendo, nada favorable para Susana. El secreto de la publicación de su testimonio era menester ya que, de caer en manos de alguna religiosa y sentirse amenazada, corría gran riesgo, pues "estas mujeres se vengan bien de la molestia que se les ocasiona".
Al morir la madre de Susana, aquella le revela un secreto familiar (el cual no relataré aquí) el cual sella para su desgracia, su destino a estar encadenada al claustro de por vida, para evitarle y evitar a su familia mala reputación. Su suerte estaba echada.
Tras la muerte de la madre Moni, ésta fue sustituida por la hermana Santa-Cristina, ¡y ahí fue donde comienza la ordalía! Con una diferencia del Cielo a la Tierra, la hermana Santa-Cristina era mezquina, cerrada, supersticiosa; se retomó el uso de instrumentos de penitencia, otrora abolidos por la hermana Moni, como el cilicio. El oscurantismo se había cernido sobre el convento. Ni que decir que las favoritas de la predecesora se ganaron la antipatía y aversión de la hermana Santa-Cristina.
Como pudo, Susana logró del Vaticano, mediante cartas que enviaba a Roma, el permiso para retractarse de sus votos. Pero ya se veía venir la oposición por parte, para empezar, de sus hermanas y cuñados, continuando con las de las leyes y, más pavorosamente, del convento en que se hallaba recluída. Comenzaba el calvario nuevamente.
La Hermana Santa Susana Simonin fue obligada a renovar sus votos, bajo la consigna de que había jurado por ellos originalmente (obediencia, castidad y pobreza), pero Susana una y otra vez lo negó, alegando su falta no de devoción hacia Dios, sino hacia una vida religiosa que la confinara de la manera en que estaba en aquel infierno en la Tierra. Los tormentos a que fue sometida por parte de la madre superiora, los acataban "piadosamente" las hermanas con una eficiencia malévola, desde pasar (literalmente) por encima de ella y hacer ruidos en los alrededores de su celda y robarle sus escasas pertenencias, alegando que conversaba con aparecidos y malos espíritus. Tras un suplicio horrendo en el que participaron las hermanas dirigidas por la madre superiora, Susana decidió hablar con el vicario general para denunciar lo que le había pasado, el tormento que había sufrido.
"¡y que el Cielo, a quien pongo por testigo, me juzgue con todo su rigor y me condene a los fuegos eternos si he permitido que la calumnia empañe una de mis líneas con la sombra más ligera!"
Quizá uno de los episodios que debió causar más conmoción, no tanto por el relato en sí, sino por la veracidad de las declaraciones teológicas, es el que en boca de Susana, reproduzco a continuación:
"¿Instituyó Cristo a los monjes y a los religiosos? ¿La Iglesia no puede, acaso, prescindir de ellos en absoluto? ¿Qué necesidad tiene el Estado de tantas vírgenes enloquecidas, y la especie humana de tantas víctimas? ¿Todas las oraciones rutinarias que allí se hacen, valen acaso lo que una limosna que la conmiseración da a un pobre? Dios, que creó sociable al hombre, ¿aprueba que se le encierre? Dios, que lo creó tan inconstante y frágil, ¿puede autorizar la inseguridad de sus votos? Estos votos, contrario a la inclinación general de la naturaleza, ¿pueden nunca ser cumplidamente observados excepto por algunas criaturas mal constituidas en las que los gérmenes de las pasiones están marchitos, y que con razón serían consideradas como monstruos si nuestras luces nos permitieran conocer tan fácilmente y tan bien la estructura interior del hombre como su forma exterior? ¿Todas estas ceremonias lúgubres que se observan en la toma del hábito y en la profesión de éstos, al consagrar un hombre o una mujer a la vida monástica y a la desgracia, suspenden acaso las necesidades fisiológicas? Al contrario, ¿no se despiertan éstas en el silencio, la sujeción y la ociosidad con una violencia desconocida a la gente del mundo ocupada en una multitud de distracciones?"
El cambio de convento que Susana logró con su denuncia no hizo más que mudarla a otro convento; y a otro suplicio, esta vez más inquietante que los anteriores, llegados a ella en la persona de Sor Teresa, cuyas pasiones y afectos para con la Hermana Santa Susana nada tenían de inocente. La descripción de las acciones a que fue sujeta Susana no la describiré en esta reseña, de modo que el lector se sienta más motivado a leer tan interesante como provocativa obra, baste decir que Susana describía con lujo de detalles las "atenciones especiales" que para con ella, tenía Sor Teresa.
"No se qué me pasaba; tenía miedo, temblaba, palpitábame el corazón, respiraba con dificultad, sentíame turbada, oprimida, agitada, asustada".
El desenlace de la novela es sorprendente, pero lo es más la crudeza del desarrollo de la trama, de los suplicios físicos, psicológicos e incluso espirituales a que es sometida esta pobre mujer; de más está decir que se trata de una obra cumbre de la literatura, que trascendió como suelen hacerlo las creaciones de esta naturaleza, las fronteras tanto internacionales como cronológicas, convirtiéndose con ello en un testimonio de la obligación que tiene un ser humano de dar a conocer los vicios que empañan la buena voluntad y la nobleza de objetivo que debieran tener instituciones tan importantes como lo es el caso de la Iglesia católica sin olvidar, claro está, que no es la única poseedora de semejantes vicios, pues otras instituciones no están (lamentablemente) exentas de los mismos. Aquí el deber es no callarse.
Concluyo la presente reseña recomendando ampliamente esta titánica obra literaria con una frase de Sor Susana, que invita a la reflexión:
"He aquí el efecto del retiro. El hombre ha nacido para la sociedad; separadlo, aisladlo, se dispersarán sus pensamientos, trocaráse su carácter, se levantarán en su corazón mil extraños afectos; pensamientos extravagantes germinarán en su mente como las zarzas en una tierra salvaje. Poned a un hombre en una selva, se volverá feroz; en un claustro en que la idea de necesidad únese a la de servidumbre es peor aún. Es posible salir de una selva, de un claustro no se sale nunca más; en la selva se es libre, esclavo en el claustro. Es posible que se necesite más fuerza de ánimo para resistir la soledad que a la miseria; la miseria envilece, el retiro deprava. ¿Vale acaso más vivir en la abyección que en la locura? Es algo que no me atreveré a decidir, pero es preciso evitar lo uno y lo otro".
Tonatiuh
Bibliografía:
- Diderot, Denis. La religiosa. Copyright 1967, Editorial Grijalbo, S.A.
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