Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XIV: El sueño del Celta, de Mario Vargas Llosa.

Con el estilo trepidante que le caracteriza y atrapa desde las primeras líneas al lector que pasa las páginas de esta magnífica creación literaria, Vargas Llosa logra una prosa fabulosa en esta novela histórica, cuyo eje central es la vida de ese héroe olvidado de la causa feniana como lo fue Roger Casement. Las aventuras y desventuras de este tan complejo como fascinante personaje, no pueden sino fascinar al público lector, especialmente a quien, como su servidor, sea ferviente entusiasta tanto de la lucha del pueblo irlandés, como admirador de la prosa espectacular del peruano, el único sobreviviente de los "rock stars" del boom latinoamericano.
Si bien es cierto que la creación de una novela histórica, como bien lo dice el autor, supone que cuando se analiza un personaje en la Historia universal, alrededor del mismo ronda siempre "un clima de incertidumbre... como prueba de que es imposible llegar a conocer de manera definitiva a un ser humano".
El auge y caída en desgracia de este fascinante irlandés, nacido en las cercanías de Dublín en 1864, es un fascinante e inquietante y a ratos tristísimo y pavoroso recorrido por las entrañas de las colonias europeas en el Congo y después, en las profundidades de ese paraíso e infierno a la vez que era a finales del siglo XIX y principios del XX la Amazonía peruana, donde invariablemente las víctimas de los abusos colonialistas europeos, los indígenas de todas las edades, desde los más pequeños niños hasta los ancianos, trabajan por satisfacer la constante demanda de aquel producto que constituiría uno de los pilares importantísimos de la industria automotriz: el caucho. Y la maldición que pesaba sobre estos pueblos era precisamente la riqueza de este recurso natural por el que pillos de la más baja ralea (eso sí, bien vestidos y educados) como Henry Morton Stanley, "uno de los pícaros más inescrupulosos que había excretado el Occidente sobre el continente africano", en el Congo y Julio C. Arana en el Perú, no escatimaban el recurso humano disponible en las personas de los indígenas que habitaban esas zonas, obteniéndolo a como diera lugar para satisfacer el voraz apetito de este recurso natural por parte de las compañías británicas y norteamericanas que a precio de sangre (¡muchísima sangre!) obtenían el preciado líquido de los árboles del caucho para materializar el sueño de un poderío económico a través de la industria manufacturera, sin importar las consecuencias o el sufrimiento infligido a estos seres humanos, habitantes originales de estas regiones.
Como cónsul de la Gran Bretaña, convencido en su juventud de que "Britania" y el Viejo Continente habían llevado a los más apartados rincones de la Tierra la civilización, el cristianismo y demás beneficios que sólo el Occidente pretendía monopolizar, Roger Casement viajaría por primera vez al Congo belga en 1903. Debido a los contratos existentes entre la Gran Bretaña y Bélgica, existía un acuerdo entre las compañías caucheras y el gobierno de Leopoldo II. Pero las constantes denuncias de maltratos hacia la población indígena hechas por iglesias y misiones tanto en Europa como en los Estados Unidos debían ser verificadas; es ahí donde entra en acción Roger Casement.
Las peripecias de Sir Roger Casement a lo largo de su estadía en el Congo iban desde el agotamiento físico hasta el emocional, pues amén de padecer en numerosas ocasiones de paludismo, contempló de primera mano y escuchó de viva voz los pavorosos y estremecedores testimonios (como pudo hacerlo, muchas veces como es lógico, de manera clandestina) del maltrato hacia las diferentes tribus de negros del Congo tanto en sus lenguas nativas (como el lingala y el kikongo), como a través de intérpretes. La "force publique" creada por el gobierno de Su Majestad Leopoldo II para mantener el orden en aquellas tierras mediante reclutas de la peor ralea llegados de Bélgica (¡menuda sorpresa!), así como la ayuda local en contubernio con el gobierno de su Real Majestad, en la persona de los "zanzibarianos" pues estos "procedían de Zanzíbar, capital de la trata, o se comportaban con la crueldad de los traficantes de esclavos". El objetivo: obtener la riqueza a través del negocio de ese preciado oro negro que era el caucho, a como diera lugar.
Resultaría enojoso relatar la crueldad con que eran tratados estos seres humanos, lo que a pesar de hacer fascinante a esta novela, no por ello la hace más fácil de leer. Relataré un episodio que me viene a la mente y, obviamente, al paso de mis dedos por las páginas de esta increíble novela:
"Cuando Roger Casement y su pequeña compañía de cinco cargadores y un "zanzibariano" entraron al caserío, las tres o cuatro chozas estaban ya en cenizas. La excepción era ese muchacho, casi un niño, tumbado en el suelo, con las manos y pies atados a unas estacas, sobre cuyas espaldas en teniente Francqui descargaba su frustración a chicotazos... El teniente se sentía sin duda agraviado por la fuga de todo el pueblo y quería vengarse... El chiquillo debía haber perdido el sentido hacía rato. Su espalda y piernas eran una masa sanguinolenta y Roger recordaba un detalle: cerca del cuerpecillo desnudo desfilaba una columna de hormigas".
Ah, por cierto. Es a monsieur Chicot, capitán de la Force Publique, a quien debemos el chicote, ese maravilloso instrumento de represión para azuzar a los nativos de manera inmisericorde a que trabajaran mejor y más rápido. Fue monsieur Chicot quien advirtió que "de la durísima piel del hipopótamo podía fabricarse un látigo más resistente y dañino que los de las tripas de equinos y felinos, una cuerda sarmentosa capaz de producir más ardor, sangre y cicatrices que cualquier otro azote y, al mismo tiempo, ligero y funcional..." ¡Enhorabuena...! Léase sarcasmo...
El viaje de Sir Roger Casement a la Amazonía en 1910, no estuvo exento de las más vívidas y ásperas emociones en las que los límites de la crueldad humana hacia el propio ser humano, parecen no conocer fin. Dominio indiscutible del magnate local Julio C. Arana, auto transformado en un reyezuelo pseudo-europeo merced a su falta de escrúpulos para obtener de la selva hasta la última gota de caucho exprimido de las agobiadas espaldas de los indios huitotos, ocaimas, muinanes, nonuyas, andoques, rezígaros o boras, con la ayuda local de los mestizos o "cholitos" de la región, apoyados por los negros y mulatos barbadenses, la Amazonía peruana le había dotado de una enorme fortuna, manchada de la sangre de estos pobres hombres, mujeres y niños, quienes eran inmisericordemente cazados en las tristemente célebres "correrías", que consistían como le explicaría uno de los barbadenses a Sir Roger en "salir a cazar indios para que vengan a recoger caucho en las tierras de la Compañía... Porque todos sin excepción, eran reacios a recoger jebe. Había que obligarlos... Luego había que arrearlos, atados del pescuezo, a los que estuvieran en condiciones de caminar, hombres y mujeres".
Otro de los pequeños "detalles" que caracterizaban a los empleados cómplices de las fechorías de la Peruvian Amazon Company, la compañía británica extractora de caucho, era que muchos de los indígenas eran marcados al rojo vivo con las iniciales de la compañía: CA, es decir, Casa Arana. Como el capital era británico, lógicamente ello explicaba la presencia de Sir Roger Casement, para constatar la serie de abusos cometidos en el Putumayo, la región amazónica de donde se extraía el caucho, mismos que habían sido previamente denunciados por el periodista Benjamín Saldaña Roca (misteriosamente desaparecido) y el ingeniero Walter Hardenburg. La sola mención de estos hombres (en particular, de Saldaña Roca) en Iquitos, o cualquiera de las estaciones del Putumayo, constituía un tabú; era casi un delito hablar de ellos.
El bazar de crueldades para con los indígenas que vivían en un espantoso estado de esclavitud en la selva amazónica peruana, a pesar de que en ese país la esclavitud se había abolido años atrás, era a cual más sádico: desde el ahogamiento, hasta la puesta en una especie de potro, pasando por los latigazos, las violaciones, mutilaciones, así como la utilización de feroces perros resulta por demás monstruoso. Para muestra, basta un botón.
"El joven cacique bora del lugar, Katenere, una noche, apoyado por un grupito de su tribu, robó los rifles de los jefes y "racionales", asesinó a Bartolomé Zumaeta, que en una borrachera había violado a su mujer, y se perdió en la selva. La Compañía puso precio a su cabeza.
"Por fin, una partida de cazadores, guiada por un indio delator, rodeó la choza donde estaba escondido Katenere con su mujer. El cacique logró escapar, pero la mujer fue capturada. El jefe Vásquez la violó el mismo, en público, y la puso en el cepo, sin agua ni alimento... Finalmente, una noche, el cacique apareció. Sin duda había espiado las torturas de su mujer desde la espesura Cruzó el descampado, tiró la carabina que llevaba y fue a arrodillarse en actitud sumisa junto al cepo donde su esposa agonizaba o ya estaba muerta. Vásquez ordenó a gritos a los "racionales" que no le dispararan. Él mismo le sacó los ojos a Katenere con un alambre. Luego lo hizo quemar vivo, junto con la mujer, ante los indígenas de los alrededores formados en ronda".
Tiempo e infinidad de peripecias después, Roger Casement regresó a Inglaterra, donde rindió cuentas de su informe sobre las crueldades perpetradas en el Congo y en la Amazonía, recibiendo los más grandes elogios por parte de la Corona Británica, al ser nombrado Sir Roger Casement, así como el desprecio de sus detractores. Pero una vez de vuelta en su natal Irlanda, y merced a sus ásperas experiencias vividas, ya se gestaba en su mente y en su corazón la idea de luchar por la independencia de su Patria, pues aún en forma más "sutil", Irlanda, como los dominios coloniales africanos del Congo, era también una colonia, una colonia inglesa a la cual, pese a los innumerables intentos, la Metrópolis no había logrado arrancarle su identidad, refugiada en el idioma gaélico, su fuerte catolicismo y la inagotable tradición mitificadora celta.
Casement recurrió a Alemania para que apoyara a la rebelión irlandesa, próxima a estallar. Pero la inmensa mayoría de los irlandeses, en los inicios de la Gran Guerra, se habían enrolado en el ejército británico, con la esperanza de ganar simpatías de los ingleses, enfrascados en este primer gran conflicto mundial, para continuar con aquel proyecto que parecía dar atisbos de una posible y posterior autonomía, el "Home Rule".

Su captura, merced a las denuncias de su amante, el joven noruego Eivind Adler Christiansen, fue el principio de su caída en picada, que culminó en una oscura prisión en Londres donde posteriormente sería condenado a morir en la horca. Si bien la campaña de desprestigio en la que lo tachaban de homosexual y pedófilo con la publicación de los "Black Diaries" surtió efecto al principio, la misma no hizo mella ni en los miembros de su familia cercana, ni en varios de sus admiradores como luchador incansable por los derechos de las víctimas del atroz y voraz colonialismo.
Su regreso al catolicismo (pues había sido bautizado en secreto por su madre, que era católica, ya que su padre era protestante), la repatriación de sus restos a Irlanda con los honores militares que ameritaba hasta 1965 (¡49 años después de muerto!), los recuerdos de sus correrías pasadas, así como sus conversaciones en la prisión con el sheriff, formaron parte importante del rompecabezas fascinante que era la vida de este hombre reconocido hasta recientemente, como pasa con muchos grandes personajes en la Historia, pues su orientación sexual así como la incansable campaña de desprestigio contra él, no hacen sino lograr en el lector una admiración por este multifacético hombre, además de la fantástica narrativa de Vargas Llosa, distinta de cualquier otra novela que de él haya leído su servidor. Todo lo anterior, sólo puede resumirse de forma magistral en la siguiente frase de José Enrique Rodó:
"Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes".
Erin Go Bragh!
Tonatiuh
Fuentes:
- Vargas Llosa, Mario. El sueño del celta. Punto de Lectura. Segunda reimpresión, marzo de 2015.
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