1000 libros que leer antes de morir. Capítulo I. Popol Vuh
Todo comenzó hace poco más de veinte años.
Era una cálida tarde de primavera, a inicios de la épica e irreverente década de los noventas del siglo veinte. La maestra de español nos había dejado de tarea para la Semana Santa la lectura de un libro que, hasta entonces, resultaba enigmático y por demás exótico para mí, sin saber que se trataba de una de las más importantes y épicas redacciones prehispánicas, de las pocas que llegaron a sobrevivir a la apocalíptica destrucción europea perpetrada por los españoles, particularmente por las fanáticas órdenes religiosas, mismas que, irónicamente, tiempo después se encargarían de resguardar dicho patrimonio, ¡el mismo que se habían propuesto tan ferviente y ferozmente a destruir!
Esa obra, conocida en español como "El Libro del Consejo", no era otra que el Popol Vuh.
Comencé a leerlo y poco a poco, sus increíbles y conmovedoras historias, testamento anónimo y recopilatorio de la cosmogonía maya, específicamente maya quiché, me conmovieron, me atraparon.
Desde la narración de la creación del mundo por los dioses, hasta las aventuras épicas de los gemelos míticos, Hunahpú e Ixbalanqué, quienes luchando heroicamente contra los Ahauab de Xibalbá, logran vencerlos, vengando así la muerte de su padre, culminando su épica aventura de proporciones divinas con la creación de los hombres de maíz: nosotros.
A partir de ahí supe que me convertiría no sólo en un enamorado, sino en un defensor de nuestra cultura, y digo nuestra cultura porque, si bien es cierto que el Popol Vuh proviene de nuestro vecino maya Guatemala, también es cierto que compartimos indiscutibles lazos étnico-culturales que nos hermanan, de ello no hay duda, y ni siquiera las fronteras, las divisiones políticas actuales pueden borrarlo.
Descubierto en el lugar más inverosímil de todos, debajo del altar de una iglesia en Chichicastenango, Guatemala, el Popol Vuh consiste de una serie de narraciones de las creencias de los mayas quiché, creencias que compartían con sus hermanos étnicos de otras regiones, desde Tabasco y la Península de Yucatán hasta Honduras y El Salvador.
Es el único libro que su servidor ha leído en tres ocasiones y en tres versiones diferentes. La primera de ellas fue la publicada por Editorial Porrúa en 1971, la séptima edición (¡el siete de la buena suerte!) traducida por Albertina Saravia E. Uno de los aspectos que me cautivaron, además de la trepidante narrativa del libro (de esta edición en particular), fue el hecho de que contaba con ilustraciones tomadas de los códices mayas, como el Dresden, para relacionar el texto, así como para hacer aun más interesante la narración. Posteriormente, leería la versión publicada por el Fondo de Cultura Económica (a mi parecer, la versión más completa) y más adelante, aquella publicada por Ediciones Leyenda en el 2005, pero siempre he guardado un aprecio y un cariño especial por la versión de Editorial Porrúa, tanto por su sencillez como por lo llamativo de las ilustraciones de los códices, que me permitían sumergirme en ese mundo maravilloso creado y recreado por nuestros ancestros mayas, quienes sabiamente, ante la imparable y arrasadora marcha de los europeos sobre nuestras tierras americanas, preservaron para las generaciones futuras este fantástico compendio de su cosmogonía, su visión y su aportación a la riqueza cultural no sólo de nuestro continente, pero también de la gran familia humana de la que somos todos parte.
Me permito redactar para ustedes un extracto del Libro del Consejo, el capítulo de la Creación:
"Antes de la Creación no había hombres, ni animales, pájaros, pescados, cangrejos, piedras, hoyos, barrancos, paja ni bejucos y no se manifestaba la faz de la tierra; el mar estaba en suspenso y en el cielo no había cosa alguna que hiciera ruido... Solamente estaba el Señor y Creador, Gucumatz, Madre y Padre de todo lo que hay en el agua, llamado también Corazón del Cielo porque está en él y en él reside. Vino su palabra acompañada de los Señores Tepeu y Gucumatz y, confiriendo, consultando y teniendo consejo entre sí en medio de aquella obscuridad, se crearon todas las criaturas..."
Así comienza esta épica de proporciones divinas, biblia de nuestros ancestros mesoamericanos, repleta de moralejas y profundo sentido espiritual. Fue a partir de aquí, de leer este maravilloso libro que caí perdidamente enamorado de nuestra cultura, de sus raíces, de su belleza original. ¡Quién diría que esa lectura fuese a convertirse en idilio intelectual entre un pre-adolescente y obra épica y que no sólo perduraría, sino que también echaría hondas raíces en la psique de quien redacta estas líneas! Es, hasta la fecha, mi libro favorito y es precisamente con esta maravilla con la que he decidido abrir esta serie de artículos.
"...La abuela Ixmucané tomó del maíz blanco y del amarillo e hizo comida y bebida, de las que salió la carne y la gordura del hombre, y de esta misma comida fueron hechos sus brazos y sus pies. De esto formaron el Señor Tepeu y Gucumatz a nuestros primeros padres y madres."
Era una cálida tarde de primavera, a inicios de la épica e irreverente década de los noventas del siglo veinte. La maestra de español nos había dejado de tarea para la Semana Santa la lectura de un libro que, hasta entonces, resultaba enigmático y por demás exótico para mí, sin saber que se trataba de una de las más importantes y épicas redacciones prehispánicas, de las pocas que llegaron a sobrevivir a la apocalíptica destrucción europea perpetrada por los españoles, particularmente por las fanáticas órdenes religiosas, mismas que, irónicamente, tiempo después se encargarían de resguardar dicho patrimonio, ¡el mismo que se habían propuesto tan ferviente y ferozmente a destruir!
Esa obra, conocida en español como "El Libro del Consejo", no era otra que el Popol Vuh.
Comencé a leerlo y poco a poco, sus increíbles y conmovedoras historias, testamento anónimo y recopilatorio de la cosmogonía maya, específicamente maya quiché, me conmovieron, me atraparon.
Desde la narración de la creación del mundo por los dioses, hasta las aventuras épicas de los gemelos míticos, Hunahpú e Ixbalanqué, quienes luchando heroicamente contra los Ahauab de Xibalbá, logran vencerlos, vengando así la muerte de su padre, culminando su épica aventura de proporciones divinas con la creación de los hombres de maíz: nosotros.
A partir de ahí supe que me convertiría no sólo en un enamorado, sino en un defensor de nuestra cultura, y digo nuestra cultura porque, si bien es cierto que el Popol Vuh proviene de nuestro vecino maya Guatemala, también es cierto que compartimos indiscutibles lazos étnico-culturales que nos hermanan, de ello no hay duda, y ni siquiera las fronteras, las divisiones políticas actuales pueden borrarlo.
Descubierto en el lugar más inverosímil de todos, debajo del altar de una iglesia en Chichicastenango, Guatemala, el Popol Vuh consiste de una serie de narraciones de las creencias de los mayas quiché, creencias que compartían con sus hermanos étnicos de otras regiones, desde Tabasco y la Península de Yucatán hasta Honduras y El Salvador.
Es el único libro que su servidor ha leído en tres ocasiones y en tres versiones diferentes. La primera de ellas fue la publicada por Editorial Porrúa en 1971, la séptima edición (¡el siete de la buena suerte!) traducida por Albertina Saravia E. Uno de los aspectos que me cautivaron, además de la trepidante narrativa del libro (de esta edición en particular), fue el hecho de que contaba con ilustraciones tomadas de los códices mayas, como el Dresden, para relacionar el texto, así como para hacer aun más interesante la narración. Posteriormente, leería la versión publicada por el Fondo de Cultura Económica (a mi parecer, la versión más completa) y más adelante, aquella publicada por Ediciones Leyenda en el 2005, pero siempre he guardado un aprecio y un cariño especial por la versión de Editorial Porrúa, tanto por su sencillez como por lo llamativo de las ilustraciones de los códices, que me permitían sumergirme en ese mundo maravilloso creado y recreado por nuestros ancestros mayas, quienes sabiamente, ante la imparable y arrasadora marcha de los europeos sobre nuestras tierras americanas, preservaron para las generaciones futuras este fantástico compendio de su cosmogonía, su visión y su aportación a la riqueza cultural no sólo de nuestro continente, pero también de la gran familia humana de la que somos todos parte.
Me permito redactar para ustedes un extracto del Libro del Consejo, el capítulo de la Creación:
"Antes de la Creación no había hombres, ni animales, pájaros, pescados, cangrejos, piedras, hoyos, barrancos, paja ni bejucos y no se manifestaba la faz de la tierra; el mar estaba en suspenso y en el cielo no había cosa alguna que hiciera ruido... Solamente estaba el Señor y Creador, Gucumatz, Madre y Padre de todo lo que hay en el agua, llamado también Corazón del Cielo porque está en él y en él reside. Vino su palabra acompañada de los Señores Tepeu y Gucumatz y, confiriendo, consultando y teniendo consejo entre sí en medio de aquella obscuridad, se crearon todas las criaturas..."
Así comienza esta épica de proporciones divinas, biblia de nuestros ancestros mesoamericanos, repleta de moralejas y profundo sentido espiritual. Fue a partir de aquí, de leer este maravilloso libro que caí perdidamente enamorado de nuestra cultura, de sus raíces, de su belleza original. ¡Quién diría que esa lectura fuese a convertirse en idilio intelectual entre un pre-adolescente y obra épica y que no sólo perduraría, sino que también echaría hondas raíces en la psique de quien redacta estas líneas! Es, hasta la fecha, mi libro favorito y es precisamente con esta maravilla con la que he decidido abrir esta serie de artículos.
"...La abuela Ixmucané tomó del maíz blanco y del amarillo e hizo comida y bebida, de las que salió la carne y la gordura del hombre, y de esta misma comida fueron hechos sus brazos y sus pies. De esto formaron el Señor Tepeu y Gucumatz a nuestros primeros padres y madres."
Tonatiuh
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