Mil libros que leer antes de morir. Capítulo 37, “Tartarín de Tarascón”.

 Mil libros que leer antes de morir.

Capítulo XXXVII, “Tartarín de Tarascón”.

“¡Don Quijote y Sancho Panza en el mismo hombre! ¡Mala mezcla debían hacer!”

Tartarín de Tarascón, Alphonse Daudet

Años atrás y sin realmente proponérselo, mi difunto padre inculcó (exitosamente, ¡también sin proponérselo!) en mi el grato y saludable hábito de la lectura. Aunque no era que necesitara de mucho empuje para lograr en mi esa curiosidad literaria; nuestra nutrida biblioteca, que pasó a nutrirse todavía más con las colecciones dedicadas a un público más juvenil que él tuvo a bien regalarme poco a poco, ofrecían para mí un escaparate a un mundo maravilloso, uno que quizá nunca llegue a conocer por el tiempo en que ocurrieron los hechos narrados en aquellas páginas, más que por no poder visitar aquellos lugares mágicos algún día, espero yo.

Entre esas colecciones que papá me obsequió, una que destacaba era sin duda la de Ediciones Junior, de Grupo Editorial Grijalbo. Esta en particular contaba con tres tomos (al menos, con los que cuento a la fecha) de diferentes autores. Pero de esos autores, uno que sobresalía para mi es el que comparto en estas líneas: Alphonse Daudet, con su obra Tartarín de Tarascón.

De Daudet, ni hablar: poco se, fuera de que fue también otro gran autor francés de la segunda mitad del siglo XIX. No tan conocido como otros coterráneos suyos como Víctor Hugo o Jules Verne, pero eso sí, no por ello menos bueno. Y de su mente prodigiosa (quizá inspirado en algún conocido suyo) brotó este pícaro y chismoso personaje, adorable en su aventurera ingenuidad: Tartarín.

Bueno, pero se preguntarán, ¿por qué, de esa colección que me fue obsequiada, habiendo otros autores más conocidos, como Jules Verne o Daniel Defoe, cuyos nombres y obras no sólo son más aclamadas sino también más conocidas, decidiste leer a este desconocido por partida doble, personaje y autor?

No lo se, realmente…

O quizá sí, pues veía mucho de Tartarín en mí; acaso esa sea la razón que me atrajo a leer esporádicamente dicha novela, presentada en un formato un tanto de historieta, ricamente aderezado por las magníficas ilustraciones de Yvon Le Gall, otro artista poco conocido, al menos que yo sepa, de este lado del charco, no menos digno de crédito, pues a mi parecer su arte rinde justo homenaje a la obra de Daudet.

Pero, ¿por qué me veía reflejado en su regordete personaje? Bueno, en honor a la verdad, Tartarín (dicen los que saben) refleja mucha de esa personalidad fanfarrona y exageradamente segura de sí misma del francés promedio: una seguridad que encierra una inseguridad “de clóset”, por decirle de alguna manera, pues hay que parecer valiente a los ojos de los demás, aunque por dentro, esté uno cagándose de miedo.

Aunque más que del francés promedio, yo diría que del latino promedio y pues, resulta que, en ese tenor, ¡del mexicano promedio, quien también es latino!

Sí, Tartarín es ese hombrecillo que vivía en una región del sur de Francia, recluido en su casa y en su comunidad, la que le guardaba un profundo respeto y admiración, particularmente el Capitán Bravida. La misma casa de nuestro protagonista guardaba a manera de miniatura, un aspecto heroico, terrible y aventurero, a manera de museo de las andanzas épicas del caballero en cuestión.

El único problema es que esas andanzas eran imaginarias o cuando menos, exageradas. Pero sin juzgarle mucho, digamos no exageradas, sino más bien, embellecidas.

La misma comunidad a la que orgullosamente pertenecía Tartarín fomentaba tal comportamiento, cual si se tratase de una alucinación colectiva: había gente que literalmente creía las inverosímiles aventuras, por más fantásticas que las mismas fuesen. Desde que se había enfrentado a feroces hordas de tártaros en Shanghái, hasta que había abatido a cientos de leones. Su máxima pasión, la cacería.

“¿Tartarín no era más que un solemne embustero? No, en el mediodía la gente no miente, se engaña. No se trata de mentiras, sino de espejismos. Vayan al mediodía y lo comprenderán. El sol todo lo agranda. El único embustero del mediodía es el sol…”

 

Es así que, cansados de sus locas (loquísimas, ¡delirantes historias!), los parroquianos del noble Tarascón instan a Tartarín a que parta al África, a dar cuenta de sus proezas, a probar que no es un embustero, un cuentero. Y es así como la travesía de nuestro héroe da inicio; no sorpresivamente, el único que cree en él, al menos en su potencial, es el Capitán Bravida.

Vestido como todo un aventurero a la turca, con fez y toda la cosa, ataviado con rifles y carrilleras, parte con rumbo al continente negro. Debe advertirse que la partida tiene más tintes heroicos, al menos en apariencia, que el regreso.

Mareos en el navío que parte hacia aguas africanas, embaucadores que le dejan en la calle haciéndose pasar uno de ellos por un príncipe, un enamoramiento pasajero al estilo oriental que le embota la mente hasta la extraña y jocosa admiración que un camello le profesa, más fiel que un perro, son algunas de las aventuras (o más bien desventuras) que le acontecen al cándido y parlanchín protagonista.

Y aunque levemente, no deja de asomarse de manera harto sutil para no herir las sensibilidades, una moderada crítica social al intervencionismo europeo, pues la novela se sitúa en la época del imperio francés, quien en su empuje colonialista hizo de Argel una París en chiquito y de las villas árabes de los rebeldes un montón de ruinas. Ya saben: “pacificación”, la Pax Gala.

Eso sí, a pesar de todo lo anterior, tratando de no arruinar la experiencia lectora de descubrirlo por uno mismo y por increíble que parezca, ¡Tartarín cumple su cometido!

Bravo.

Creo que con todo esto descrito en estas líneas, más de uno nos sentiremos identificados con este adorable “perdedor”, quien de perdedor poco tiene. ¿Entendemos ahora por qué llamó la atención de su servidor este entrañable sujeto?

Gracias, papá, por este bello regalo.

Beso al Cielo.


“¿Te gusta “Marco La Bella”, bailar en los salones floridos? Si no me eres siempre fiel, me arrancaré el corazón…”

 

Tonatiuh

Santiago de Querétaro, Qro. México. Martes 27 de agosto de 2024.

Bibliografía:

·         Alphonse Daudet. Tartarín de Tarascón. © 1982 Ediciones Junior, S. A. Impreso en España.

 

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