Mil libros que leer antes de morir. Capítulo 33, "Los evangelios gnósticos".

 Mil libros que leer antes de morir.

Capítulo XXXIII, “Los evangelios gnósticos”.

“Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros.”

San Juan 21: 25. Biblia latinoamericana, evangelio según San Juan

El más grande de los grandes iniciados, visto a la luz de los primeros “herejes”, los originales.

Desde pequeño, siempre me sentí atraído hacia la figura de Cristo. Y no sólo por el hecho de haber sido criado católico, sino que en mi existió siempre esa curiosidad latente por conocer más acerca de la vida y obra del Nazareno, de su impacto en la historia humana.

En cierta ocasión, mi madre me reveló que ella comenzó a interesarse más por la biblia debido a que yo, en mi tierna infancia, solía hacerle preguntas durante los sermones posteriores al evangelio en la misa, o al transcurrir la misma. No es sorpresa para muchos correligionarios que, el católico promedio (sobre todo en América Latina), en términos generales, es bastante ignorante acerca del contenido bíblico, razón por la cual muchas sectas protestantes se han aprovechado para ganar más adeptos, llámense “cristianos” evangélicos (pentecostales), testigos de Jehová, presbiterianos, luteranos, mormones incluso, entre muchos otros. Por esa misma razón, estas sectas se han valido de sus copias de la biblia original; baste recordar ejemplos tales como la “Biblia” de la Reina Valera, la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, el libro del Mormón, la biblia del Rey James, entre muchos otros.

No deseo entrar en polémica en torno a estas versiones de la biblia, bastante desdibujadas en algunos casos de la versión original, ni es mi deseo entrar en polémicas de tipo religioso, pues tampoco la iglesia católica (con todo y siendo la más antigua) está exenta de polémica al respecto. Paradójicamente, algunos de mis mejores amigos son o han sido protestantes.

Continuando con la curiosidad que mi mente inquieta había despertado en mi madre años atrás, como siempre hay alguien que escucha, y como en muchos casos, teníamos vecinos que eran testigos de Jehová quienes amablemente se ofrecían darnos clases bíblicas, “sin ningún interés…” Claro…

Los años pasaron, y en algún punto, le hice saber a mi madre que los protestantes, en este caso los “aleluyos”, como se les nombra comúnmente a veces en tono peyorativo, no nos daban clases bíblicas o sobre las Sagradas Escrituras, sino que nos daban ¡su versión de las Sagradas Escrituras! Y así con las diferentes variantes del cristianismo que, con el paso de los siglos, han dado su propia versión.

Quizás les sorprenda saberlo, pero a inicios de mi adolescencia, estuve a punto de ser testigo de la apostasía en mi profundamente católico hogar, pues por un tiempo, a instancias de una colega de mi madre, llegamos a frecuentar la iglesia cristiana pentecostal los domingos. En lugar de asistir a misa, acudíamos al servicio religioso de los así llamados “cristianos”, a quienes prefiero denominar evangélicos, y no es difícil ver porque cada vez más se han visto atrapadas tantas personas por su reclutamiento espiritual: interés en atraer a personas olvidadas por la sociedad o por la propia iglesia católica, mayor integración en las familias, entre otras apariencias. Sin olvidar, por supuesto, el peculiar espectáculo de baile y canto, así como de supuestas revelaciones en lenguas que protagonizan en sus servicios religiosos.

No es precisamente mi estilo, o al menos, no se trata del estilo de alguien que busca algo más serio, más sublime, más introspectivo.

Y no solamente en aquel entonces, pues no hace muchos años, a instancias de amigos y conocidos, llegué a asistir a estos servicios: me bastó ver y hacerle ver a una de las participantes que sus tan ensalzadas “alabanzas” no eran otra cosa que salmos bíblicos. ¡Ni siquiera se había dado cuenta de ello!

Por duro e incluso hasta cínico que pueda resultarles hasta el momento mi planteamiento, no es con la intención de criticar ni mucho menos de burlarme de la fe de otros: cada quién es libre de creer según su parecer y consciencia pero, sobre todo, libre de actuar en concordancia con su criterio y creencias. Es en este aspecto donde todos y cada uno debemos proceder: que nuestras acciones reflejen nuestras palabras y pensamientos.


Y es que en términos “normales” o de conocimiento básico, muchos cristianos sin importar su denominación ignoran aspectos elementales bíblicos, y el caso de la vida de Jesús no es la excepción: cultura general, vamos.

Baste recordar hace unos años, allá por el 2006, cuando salió la película “El Código Da Vinci”, inspirada en la novela homónima escrita por el profesor de matemáticas frustrado Dan Brown, quien la anunciaba con bombo y platillo, asegurando mejor que cualquier profeta bíblico, la veracidad de su fuente. En fin.

¿O qué tal la polémica e introspectiva mirada a la consciencia del propio Yeshua en “La última tentación de Cristo”, película de 1988 basada en la polémica novela “La última tentación”, de Nikos Kazantzakis, autor helénico que el siglo pasado se ganara la animadversión y el ostracismo por parte de la iglesia ortodoxa griega?

La adaptación fílmica fue prohibida en varios países de mayoría católica (incluido México), hasta por grupos religiosos protestantes: el propio Martin Scorsese (católico, por cierto), director de la cinta, recibió varias amenazas. No fue sino hasta muchos años más tarde que el filme tuvo difusión legal en muchos de estos países; aunque eso no detuvo a las versiones piratas de abrirse camino en el mercado latinoamericano en años previos a esa relajación, bien fuera por interés genuino o simple y morbosa curiosidad.

¿Qué esperaban? Esto es Latinoamérica, amigos.

Como quiera que fuese, la vida de Jesús siempre ha resultado fascinante para creyentes y no creyentes por igual. ¿Quién era este joven rabino judío cuyas enseñanzas básicas sobre el amor a Dios y al prójimo a muchos nos inculcaron desde pequeños? ¿Cómo es que tuvo tanto impacto a grado tal de llegar a escindir la historia dividiendo a la misma en las eras previas a su nacimiento y aquellas posteriores al mismo?

¿Por qué su suplicio, tortura, muerte y resurrección supusieron un parteaguas en la historia universal, al grado de inspirar visiones divinas de impactante magnitud y alcance en religiosos como Ana Catalina Emmerich, con “La amarga pasión de Cristo”, que a su vez inspiraran películas tan dramáticas como controversiales, como fue el caso en 2004 de “La pasión de El Cristo”, dirigida por Mel Gibson?

Y de manera particular, ¿por qué la biblia canónica no menciona qué pasó en la vida de Jesús durante su adolescencia, así como en algunos episodios previos, durante y posteriores a su ministerio público, así como sus enseñanzas privadas (San Mateo 13: 10-16)?

Aquí, querido lector, es donde comienza a ponerse interesante.


Corrían los años finales de la década de los noventa del siglo veinte cuando su servidor, movido a curiosidad por aprender de lo “prohibido”, se decidió a hojear un libro que tiempo ha, se hallaba en uno de los estantes de la nutrida biblioteca de mis padres. El libro en cuestión, “Los evangelios gnósticos”. La autora, Elaine Pagels, académica estadounidense e historiadora de religión.

Y por esa misma época, en los estantes de ciertas librerías y hasta tiendas como Sanborns, llegué a ver libros de una colección harto atractiva que versaban sobre el tema, la colección “Enigmas del Cristianismo”, de la cual, lamentablemente, nunca tuve un ejemplar.

Pero no hay agüite, porque en casa tenía una verdadera joyita literaria aguardando por mí: un tesoro que ya tenía en casa. Y aunque este se encontraba en relativo buen estado de conservación, el desparpajado libro yacía ahí, en uno de los estantes del estudio de mis padres, como esperando a ser leído.

Cuando hojeé el libro por primera vez me impactó el texto que recorrieron mis ojos en aquel entonces, pues pintaba una imagen de Jesús completamente diferente y ajena a la que me habían enseñado en el catecismo, en el seno mismo de la iglesia en que se gestó mi fe, la iglesia católica apostólica romana. El mismo decía lo siguiente:

«la compañera del [Salvador es] María Magdalena. [Pero Cristo la amaba] más que [a todos] los discípulos, y solía besarla [a menudo] en la [boca]. El resto de [los discípulos se sentían ofendidos]… Le decían, “¿Por qué la amas más que a todos nosotros?” El Salvador contestó diciéndoles: ¿Por qué no os quiero como [la quiero] a ella?”»

Evangelio de Felipe, 62, 32-64


Tras leer esas impactantes líneas, solté el libro y lo coloqué de nuevo en su lugar, temiendo incluso estar cometiendo un pecado grave al poner en tela de juicio la autenticidad de mis enseñanzas cristianas originales.

Y ahí permaneció por largo tiempo hasta que, con mayor madurez y amplitud de criterio, acompañado de mí siempre fiel curiosidad, me decidí a leer completo el libro (ya que anteriormente sólo había leído fragmentos del mismo): hasta el año 2016, con 37 años de mi vida ya transcurridos. Recientemente volví a darle lectura, lo cual es fascinante por dos razones: en primera, porque hacía años me había prometido no leer por segunda vez un libro y en segunda, porque tras haber roto felizmente dicha promesa tan absurda, me di cuenta de que uno descubre cosas nuevas que quizá haya pasado por alto la primera vez.

De hecho, la historia de como un pastor beduino, Muhammad Ali (nada que ver con Cassius Clay), se topara con los enigmáticos libros, es ya de por sí fascinante por cuenta propia. Y pensar que todo comenzó por una venganza familiar, ¡de verdad!

Rompiendo por error una de las jarras que contenían dichos documentos pensando que pudieran contener espíritus malignos (genios), aquella ignota cueva egipcia localizada en Nag Hammadi albergaba en su interior uno de los secretos mejor guardados de la historia del cristianismo, los otros evangelios, los gnósticos.

¿Otros evangelios? Dirán algunos.

¿Pues que no se supone que oficialmente sólo se cuentan cuatro, aquellos que relatan el testimonio de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, como partícipes y testigos de la vida y obras del profeta judío que cambió la historia para siempre?

Y sí, por cuanto a los evangelios canónicos se refiere, sólo se contaron esos cuatro, cuando en realidad había más de cincuenta. Sí, así es: más de cincuenta.

Unos se perdieron, otros fueron destruidos, y los que alcanzaron a sobrevivir a la vorágine arrolladora del cristianismo institucionalizado, el ortodoxo (no confundir con la rama ortodoxa del cristianismo, la segunda más antigua), fueron incluidos y aceptados bajo consenso más o menos general, por la reciente jerarquía cristiana: obispos, sacerdotes y diáconos. Y aquí, en las sombras, es donde entran en escena los protagonistas principales de este presente análisis que te comparto, apreciable lector: los gnósticos.

Bien fuera por celo, por miedo o simplemente por no perder la memoria de estos textos tan importantes como controvertidos, se cree que algunos monjes de la corriente gnóstica viajaron a Egipto con estos textos, traducidos del griego al copto, y los ocultaron en una remota cueva cercana al Nilo, en Nag Hammadi. Ahí permanecieron por espacio de casi dos mil años, ignorados, sepultados, hasta que el más inverosímil sujeto, sin saberlo, se había topado con un tesoro de valor incalculable, que habría de revolucionar la propia revolución que la ortodoxia cristiana había clamado para sí, reivindicando el papel que la gnosis tuvo también, aunque no guste, en el recuento de la historia de aquel revolucionario maestro judío siglos atrás.

Desde la primacía de Pedro, pasando por la relación de el Salvador con María Magdalena, hasta la jerarquía apostólica e incluso la mismísima resurrección de Jesús son no sólo cuestionados sino parafraseados también de forma críptica (adrede, sin duda), en un lenguaje comprensible sólo para los iniciados, esto es, los gnósticos. No es de extrañar que, debido a estos temas tan delicados para los más devotos, quienes muy probablemente o ignoraron o pasaron por alto, cause conmoción el retrato que pintan del Nazareno, de su vida y obra.

El evangelio de Felipe, el apocalipsis de Pedro, así como el evangelio de Tomás y Truena, mente perfecta (particularmente estos dos últimos), son algunos de los más destacados ejemplos de los evangelios apócrifos, no reconocidos como canónicos por la ortodoxia de la iglesia. Desde luego, no olvidar el Evangelio de la Verdad, ¡atribuido al propio Jesús! Vamos, el mismo concepto de Dios visto desde la perspectiva “común” judía como masculino, revela también una naturaleza femenina.

¿A qué me refiero con esto último? Pues ni más ni menos que a la estrofa más conocida de Truena, mente perfecta, que contiene la impactante revelación de un poder femenino de naturaleza divina:

«Yo soy la primera y la última. Soy la honrada y la escarnecida. Soy la puta y la santa. Soy la esposa y la virgen. Soy (la madre) y la hija… Soy aquella cuya boda es grande y no he tomado esposo… Soy conocimiento e ignorancia… Soy desvergonzada; estoy avergonzada. Soy fuerza y soy temor… Soy necia y soy sabia… Yo no tengo Dios y soy una cuyo Dios es grande.»

Truena, mente perfecta 13: 16-16, 25

Ciertamente estos simbolismos causan impacto en su lectura, principalmente para quien haya tenido una rígida educación religiosa al estilo tradicional, digamos. Es una perspectiva andrógina, bisexual, si se quiere, de contemplar la naturaleza divina misma.

Y si eso causa conmoción, agárrense: porque apenas vamos comenzando.

Sin entrar en detalles respecto al conocimiento hermético que probablemente tenga alguno de ustedes (¿cabalístico, quizás?), mis queridos lectores, o bien sea que se trate de simple curiosidad que hayan desarrollado sin acceder a estos textos tan misteriosos como “vetados” por algunos grupos (principalmente religiosos), más de uno se habrá hecho, su servidor incluido, la misma pregunta.

¿Por qué la imagen que presenta de Dios el Antiguo Testamento es la de un dios terrible, castigador y terriblemente celoso, en comparación con la que nos muestra el Nuevo Testamento, la de un dios compasivo y conciliador? De manera particular, el celo que muestra el dios creador en el Antiguo Testamento; pues los evangelios apócrifos sugieren una respuesta a ello.

Aquí entra en juego otra rama de los gnósticos, los valentinianos, los seguidores de Valentín, así como los gnósticos setianos. Según estos, ello explica porque en el Nuevo Testamente se refiere en ocasiones a Jesús como el “Hijo del Hombre” (Anthropos, en griego).

«Ialdabaoth, haciéndose arrogante de espíritu, se jactó sobre todos aquellos que estaban debajo suyo y explicó: “yo soy padre y Dios y sobre mí no hay nadie”, su madre, oyéndole hablar así, clamó contra él: “No mientas, Ialdabaoth; pues el padre de todos, el Anthropos principal, está por encima de ti; y lo mismo Anthropos, el hijo de Anthropos… y este Anthropos es realmente aquel que es Dios por encima de todos”.»

Ireneo, Adversus haereses I, 30, 6.

El concepto judeocristiano del dios único no sólo se multiplica con esta propuesta, sino que, además, contrasta la naturaleza misma del comportamiento divino. Es en sí mismo la justificación gnóstica a esta pregunta, cuya respuesta está reservada sólo a los iniciados.

Pero ¿qué tiene que ver esto con el Nuevo Testamento? Lo de toda la vida: el poder. ¿Quién puede clamar ser miembro de la “iglesia verdadera”?

El Segundo tratado del gran Set (otro de los apócrifos) pretende responder a esa pregunta, pues como vocero de los gnósticos los coloca a estos por encima de los ortodoxos llamándolos “hijos de la luz”, nombrando a sus adversarios en la fe como “canales sin agua (Apocalipsis de Pedro)” perteneciendo al resto, a aquellos que como el resto del pueblo llano no han alcanzado la gnosis (conocimiento). Aquellos que sí han alcanzado o por lo menos comprenden la gnosis, son denominados por sus correligionarios como “espíritus compañeros”.

Por otro lado, los ortodoxos defendían su postura, la que finalmente se impuso, ante los gnósticos denominando a esos tergiversadores como “personas falsas, seductores, perversos e hipócritas”, según Ireneo. Este mismo los consideraba apóstatas (es decir, que renegaban o abandonaban su religión), peores incluso que los paganos.

Todo lo anterior agudizó el antagonismo existente entre estas dos posturas, la gnóstica y la ortodoxa, a tal grado que los gnósticos aseguraban que los ortodoxos, “no entienden el misterio… se jactan de que el misterio de la verdad les pertenece exclusivamente (Apocalipsis de Pedro, 76: 27-30)”. Por ello y por casos extremos como el martirio de los cristianos es que los gnósticos veían como un sacrificio inútil y un atentado a la vida misma como don divino el martirio, llegándolos a ver con desprecio.

Llama la atención dentro de la visión gnóstica, que la propia autora compara a menudo con la de las religiones brahmánicas, hinduismo y budismo, el intenso deseo de alcanzar un estado de conciencia superior: el nirvana es equiparable en este sentido a la gnosis; más bien a la apolytrosis, pues ambos términos significan literalmente “liberación”.

¿Significa esto que las religiones y filosofías brahmánicas influyeron a su vez en algún punto en las religiones y filosofías abrahámicas?


La autora sugiere esta posibilidad, sin descartar que hayan desarrollado esa compleja filosofía tan disímil en apariencia, pero tan similar ya más de cerca, a la par. No es sorprendente dado que, los gnósticos, al hallarse más cerca de la tradición filosófica griega en su pensamiento, compartieran una enorme similitud con las doctrinas brahmánicas, pues los griegos de la época de Alejandro Magno abrevaron de dichas doctrinas: el cuerpo como instrumento (¿vehículo?), suena bastante hinduista o hasta budista.

Todo este conocimiento hermético era pasado de maestro a alumno en el círculo gnóstico, donde aquellos decidían cuando o si acaso estaban listos estos para alcanzar ese conocimiento superior de la doctrina de Cristo, la gnosis. De hecho, las mismas cátedras que los maestros gnósticos daban a sus iniciados quedan registradas; baste recordar a Alógenes y Messos, maestro y discípulo respectivamente.

Y hablando de maestros y discípulos, ¿cómo olvidar la postura de la iglesia desde sus primitivos orígenes con respecto al ministerio, reservado casi de manera exclusiva para los hombres? ¿Dónde queda la mujer y su papel (no menos importante) en la divulgación de las enseñanzas del Maestro de Nazareth?

Si bien es cierto que los gnósticos defendían el derecho al ministerio (sacerdotal, incluso) de la mujer, como lo muestra el evangelio de Tomás mostrando una aparente rivalidad entre Pedro y María Magdalena, aquel hace titubear a esta “porque odia al género femenino (Pistis Sophia, 36, 71)”, a ratos parece justificar ese límite tácito impuesto por los mismos apóstoles por la falta de seriedad que esta muestra (Tradición apostólica, 18, 3).

En cuanto al lado ortodoxo, qué decir del apóstol Pablo y su conocida restricción a las mujeres: basta recordar ejemplos como la primera carta a Timoteo (I Timoteo, 2: 11-12), la carta a los efesios (Efesios 5:24) o la carta a los colosenses (Colosenses 3: 18).

Con lo anterior y además con la crítica ortodoxa a las mujeres en su intento por igualar en el ministerio a los hombres, cualquiera pensaría que no es de sorprender la postura gnóstica, quienes bajita la mano sostienen que no era tanto una crítica al género femenino, sino a la manifestación de la sexualidad… Vaya, ¡menudo giro!

Pues a muchos estudiosos o curiosos de la biblia canónica les sorprenderá que, pese a la conocida fama un tanto misógina de Pablo, se encuentra también una justificación no sólo bíblica, pero también histórica del ministerio de las primeras mujeres cristianas: para ello, basta consultar Romanos 16:7.

Por supuesto, no se puede pasar por alto la supuesta relación erótica entre el Maestro y María Magdalena, que algunos estudiosos aseguran que, en realidad tenía tintes de comunión mística. A esto, recordemos que se le adjudica a la magdalena también un evangelio.

Claro está, hablando también de la otra “familia” de Jesús, no debe omitirse la supuesta relación fraterna de Tomás con el Nazareno, hermano gemelo de Éste, pero en un sentido espiritual: “usted, el lector, es el hermano gemelo de Jesús”. Ejemplos de esto los encontramos en el evangelio de Tomás, así como en el Libro de Tomás el Contendiente.

A este respecto, era de forma particular ese otro rostro de Jesús el que atraía de manera particular a los valentinianos: ese, en palabras de la autora, Jesús meramente humano, el oscuro rabino de Nazaret. Humano, demasiado humano…

Anthropos, Logos, gnosis, demiurgos, sophia entre algunos de los más destacados términos griegos, así como algunos hebreos tales como, ruah y hokhmah, parecen mezclarse, dando como resultado una mezcla a cuál más interesante, por decir lo menos. Y aquí es donde quizá los más puristas de las Sagradas Escrituras podrían poner reparo, pues dirán que se debe tomar sólo la versión original, la raíz hebrea. Bueno, importante también es no olvidar que toda cultura se ve influida por otras culturas y formas de pensar, y ello incluye el uso del lenguaje: no olvidar que los primeros evangelios canónicos fueron escritos en griego, no en hebreo.

Por último, pero no menos importante, no olvidemos el núcleo central del cristianismo: la resurrección.


Claro está que el enfoque gnóstico difiere bastante del ortodoxo, como es de suponerse. Desde la ejecución de Jesús en la cruz, clamando que no murió en verdad en esta, sino que otro tomó su lugar. Cómo olvidar, por ejemplo, el poema “Danza en ruedo de la cruz”, ¡imagínese usted eso!

Sin embargo, mucha de la justificación que de manera puntual señalan los ortodoxos para refutar la visión gnóstica es el hecho de que estos echaban mano de su experiencia espiritual particular sobre Cristo y su doctrina; o sea, le echaban de su cosecha. Pero no se debe olvidar que muchos de los aspectos más populares de la tradición cristiana, como el nombre de los magos de Oriente (los Reyes Magos) o el que hubiera una mula y un buey rodeando el pesebre en torno a Jesús recién nacido, no derivan de los evangelios canónicos, sino de los apócrifos. Dicho de otra forma, ¡la ortodoxia tomó para sí y manejó en la tradición cristiana elementos tomados directamente de la gnosis!

La base misma del gnosticismo es el alcanzar esa verdad, esa gnosis, de una manera más introspectiva; no sorprende entonces la similitud entre la gnosis y el psicoanálisis. ¿Los gnósticos como precursores de estos últimos? A ningún psicoanalista, psicólogo, psiquiatra o estudioso de la mente humana le sorprenderían semejantes paralelismos. Por ende, es lógico suponer, asegurar incluso, que paradójicamente en el pecado llevara la penitencia el gnosticismo, pues ese enfoque tan elitista que contrastaba con ese espíritu comunitario que finalmente se impuso en la historia universal gracias a la ortodoxia, acabara triunfando.


Pero ello no le quita mérito al gnosticismo, de hecho, hasta reafirma su milagrosa supervivencia (en las sombras, claro) hasta nuestros días. Quizá era destino que esos mismos documentos ocultos por casi un milenio fuesen hallados en una época más actual, más amplia en criterio (ni tanto, pero, en fin), pues de haber sido encontrados a mitad del milenio pasado, como sugiere la autora, probablemente hayan sido destruidos en su totalidad, perdiéndose para siempre ese conocimiento.

No soy ningún teólogo, mucho menos un académico especializado, simplemente me eduqué de forma autodidacta con esa fascinante universidad privada que era la biblioteca de mi hogar y no por casualidad, dada mi formación religiosa, me atrajo la figura de ese compasivo maestro judío, cuya vida, obra y milagros inspirara tantas manifestaciones artísticas, revoluciones sociales y el núcleo mismo de la historia universal, se quiera o no e incluso reconocido por autores y personas en general no cristianas.

Pero más allá de eso, más allá de conocer la vida de Cristo en todas sus facetas, impactantes, terribles y maravillosas a la vez, ora fueran ciertas algunas, de dudosa veracidad otras, pero no por ello menos reflexivas, creo que el corazón de Su mensaje es lo que verdaderamente debe de permear en todo aquel que se interese en la vida del Nazareno, sea o no creyente: el amor a Dios y en un muy próximo sitio, el amor a todas las criaturas, manifestación pragmática y viviente de ese amor a Dios.

Amén.

Tonatiuh

Santiago de Querétaro, Qro. México. Martes 8 de agosto de 2023.

Bibliografía:

Elaine Pagels. Los evangelios gnósticos. © 1982 de la traducción castellana para España y América: Editorial Crítica (Grupo Editorial Grijalbo), S.A., calle Pedró de la Creu, 58, Barcelona-34

Título original: The Gnostic Gospels. Random House, New York. © 1979: Elaine Pagels, New York.

 

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