Mil libros que leer antes de morir. Capítulo 33, "Los evangelios gnósticos".
Mil libros que leer antes de morir.
Capítulo XXXIII, “Los evangelios gnósticos”.
“Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se
escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos
libros.”
San Juan 21: 25. Biblia latinoamericana,
evangelio según San Juan
El más grande de los grandes iniciados, visto
a la luz de los primeros “herejes”, los originales.
Desde pequeño, siempre me sentí atraído hacia
la figura de Cristo. Y no sólo por el hecho de haber sido criado católico, sino
que en mi existió siempre esa curiosidad latente por conocer más acerca de la
vida y obra del Nazareno, de su impacto en la historia humana.
En cierta ocasión, mi madre me reveló que
ella comenzó a interesarse más por la biblia debido a que yo, en mi tierna
infancia, solía hacerle preguntas durante los sermones posteriores al evangelio
en la misa, o al transcurrir la misma. No es sorpresa para muchos
correligionarios que, el católico promedio (sobre todo en América Latina), en
términos generales, es bastante ignorante acerca del contenido bíblico, razón
por la cual muchas sectas protestantes se han aprovechado para ganar más
adeptos, llámense “cristianos” evangélicos (pentecostales), testigos de Jehová,
presbiterianos, luteranos, mormones incluso, entre muchos otros. Por esa misma
razón, estas sectas se han valido de sus copias de la biblia original; baste
recordar ejemplos tales como la “Biblia” de la Reina Valera, la Traducción del
Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, el libro del Mormón, la biblia del Rey
James, entre muchos otros.
No deseo entrar en polémica en torno a estas
versiones de la biblia, bastante desdibujadas en algunos casos de la versión
original, ni es mi deseo entrar en polémicas de tipo religioso, pues tampoco la
iglesia católica (con todo y siendo la más antigua) está exenta de polémica al
respecto. Paradójicamente, algunos de mis mejores amigos son o han sido
protestantes.
Continuando con la curiosidad que mi mente inquieta
había despertado en mi madre años atrás, como siempre hay alguien que escucha,
y como en muchos casos, teníamos vecinos que eran testigos de Jehová quienes
amablemente se ofrecían darnos clases bíblicas, “sin ningún interés…” Claro…
Los años pasaron, y en algún punto, le hice
saber a mi madre que los protestantes, en este caso los “aleluyos”, como se les
nombra comúnmente a veces en tono peyorativo, no nos daban clases bíblicas o
sobre las Sagradas Escrituras, sino que nos daban ¡su versión de las Sagradas
Escrituras! Y así con las diferentes variantes del cristianismo que, con el
paso de los siglos, han dado su propia versión.
Quizás les sorprenda saberlo, pero a inicios
de mi adolescencia, estuve a punto de ser testigo de la apostasía en mi
profundamente católico hogar, pues por un tiempo, a instancias de una colega de
mi madre, llegamos a frecuentar la iglesia cristiana pentecostal los domingos.
En lugar de asistir a misa, acudíamos al servicio religioso de los así llamados
“cristianos”, a quienes prefiero denominar evangélicos, y no es difícil ver
porque cada vez más se han visto atrapadas tantas personas por su reclutamiento
espiritual: interés en atraer a personas olvidadas por la sociedad o por la
propia iglesia católica, mayor integración en las familias, entre otras
apariencias. Sin olvidar, por supuesto, el peculiar espectáculo de baile y
canto, así como de supuestas revelaciones en lenguas que protagonizan en sus
servicios religiosos.
No es precisamente mi estilo, o al menos, no
se trata del estilo de alguien que busca algo más serio, más sublime, más
introspectivo.
Y no solamente en aquel entonces, pues no
hace muchos años, a instancias de amigos y conocidos, llegué a asistir a estos
servicios: me bastó ver y hacerle ver a una de las participantes que sus tan
ensalzadas “alabanzas” no eran otra cosa que salmos bíblicos. ¡Ni siquiera se
había dado cuenta de ello!
Por duro e incluso hasta cínico que pueda
resultarles hasta el momento mi planteamiento, no es con la intención de
criticar ni mucho menos de burlarme de la fe de otros: cada quién es libre de
creer según su parecer y consciencia pero, sobre todo, libre de actuar en
concordancia con su criterio y creencias. Es en este aspecto donde todos y cada
uno debemos proceder: que nuestras acciones reflejen nuestras palabras y
pensamientos.
Y es que en términos “normales” o de conocimiento básico, muchos cristianos sin importar su denominación ignoran aspectos elementales bíblicos, y el caso de la vida de Jesús no es la excepción: cultura general, vamos.
Baste recordar hace unos años, allá por el
2006, cuando salió la película “El Código Da Vinci”, inspirada en la
novela homónima escrita por el profesor de matemáticas frustrado Dan Brown,
quien la anunciaba con bombo y platillo, asegurando mejor que cualquier profeta
bíblico, la veracidad de su fuente. En fin.
¿O qué tal la polémica e introspectiva mirada
a la consciencia del propio Yeshua en “La última tentación de Cristo”,
película de 1988 basada en la polémica novela “La última tentación”, de
Nikos Kazantzakis, autor helénico que el siglo pasado se ganara la
animadversión y el ostracismo por parte de la iglesia ortodoxa griega?
La adaptación fílmica fue prohibida en varios
países de mayoría católica (incluido México), hasta por grupos religiosos
protestantes: el propio Martin Scorsese (católico, por cierto), director de la
cinta, recibió varias amenazas. No fue sino hasta muchos años más tarde que el
filme tuvo difusión legal en muchos de estos países; aunque eso no detuvo a las
versiones piratas de abrirse camino en el mercado latinoamericano en años previos
a esa relajación, bien fuera por interés genuino o simple y morbosa curiosidad.
¿Qué esperaban? Esto es Latinoamérica,
amigos.
Como quiera que fuese, la vida de Jesús
siempre ha resultado fascinante para creyentes y no creyentes por igual. ¿Quién
era este joven rabino judío cuyas enseñanzas básicas sobre el amor a Dios y al
prójimo a muchos nos inculcaron desde pequeños? ¿Cómo es que tuvo tanto impacto
a grado tal de llegar a escindir la historia dividiendo a la misma en las eras
previas a su nacimiento y aquellas posteriores al mismo?
¿Por qué su suplicio, tortura, muerte y
resurrección supusieron un parteaguas en la historia universal, al grado de
inspirar visiones divinas de impactante magnitud y alcance en religiosos como
Ana Catalina Emmerich, con “La amarga pasión de Cristo”, que a su vez
inspiraran películas tan dramáticas como controversiales, como fue el caso en
2004 de “La pasión de El Cristo”, dirigida por Mel Gibson?
Y de manera particular, ¿por qué la biblia
canónica no menciona qué pasó en la vida de Jesús durante su adolescencia, así
como en algunos episodios previos, durante y posteriores a su ministerio
público, así como sus enseñanzas privadas (San Mateo 13: 10-16)?
Aquí, querido lector, es donde comienza a
ponerse interesante.
Corrían los años finales de la década de los noventa del siglo veinte cuando su servidor, movido a curiosidad por aprender de lo “prohibido”, se decidió a hojear un libro que tiempo ha, se hallaba en uno de los estantes de la nutrida biblioteca de mis padres. El libro en cuestión, “Los evangelios gnósticos”. La autora, Elaine Pagels, académica estadounidense e historiadora de religión.
Y por esa misma época, en los estantes de ciertas
librerías y hasta tiendas como Sanborns, llegué a ver libros de una colección
harto atractiva que versaban sobre el tema, la colección “Enigmas del Cristianismo”,
de la cual, lamentablemente, nunca tuve un ejemplar.
Pero no hay agüite, porque en casa tenía una
verdadera joyita literaria aguardando por mí: un tesoro que ya tenía en casa. Y
aunque este se encontraba en relativo buen estado de conservación, el
desparpajado libro yacía ahí, en uno de los estantes del estudio de mis padres,
como esperando a ser leído.
Cuando hojeé el libro por primera vez me
impactó el texto que recorrieron mis ojos en aquel entonces, pues pintaba una
imagen de Jesús completamente diferente y ajena a la que me habían enseñado en
el catecismo, en el seno mismo de la iglesia en que se gestó mi fe, la iglesia
católica apostólica romana. El mismo decía lo siguiente:
«la compañera del [Salvador es] María
Magdalena. [Pero Cristo la amaba] más que [a todos] los discípulos, y solía
besarla [a menudo] en la [boca]. El resto de [los discípulos se sentían
ofendidos]… Le decían, “¿Por qué la amas más que a todos nosotros?” El Salvador
contestó diciéndoles: ¿Por qué no os quiero como [la quiero] a ella?”»
Evangelio de Felipe, 62, 32-64
Tras leer esas impactantes líneas, solté el libro y lo coloqué de nuevo en su lugar, temiendo incluso estar cometiendo un pecado grave al poner en tela de juicio la autenticidad de mis enseñanzas cristianas originales.
Y ahí permaneció por largo tiempo hasta que,
con mayor madurez y amplitud de criterio, acompañado de mí siempre fiel
curiosidad, me decidí a leer completo el libro (ya que anteriormente sólo había
leído fragmentos del mismo): hasta el año 2016, con 37 años de mi vida ya
transcurridos. Recientemente volví a darle lectura, lo cual es fascinante por
dos razones: en primera, porque hacía años me había prometido no leer por
segunda vez un libro y en segunda, porque tras haber roto felizmente dicha
promesa tan absurda, me di cuenta de que uno descubre cosas nuevas que quizá
haya pasado por alto la primera vez.
De hecho, la historia de como un pastor
beduino, Muhammad Ali (nada que ver con Cassius Clay), se topara con los
enigmáticos libros, es ya de por sí fascinante por cuenta propia. Y pensar que todo
comenzó por una venganza familiar, ¡de verdad!
Rompiendo por error una de las jarras que
contenían dichos documentos pensando que pudieran contener espíritus malignos
(genios), aquella ignota cueva egipcia localizada en Nag Hammadi albergaba en
su interior uno de los secretos mejor guardados de la historia del
cristianismo, los otros evangelios, los gnósticos.
¿Otros evangelios? Dirán algunos.
¿Pues que no se supone que oficialmente sólo
se cuentan cuatro, aquellos que relatan el testimonio de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan, como partícipes y testigos de la vida y obras del profeta judío que
cambió la historia para siempre?
Y sí, por cuanto a los evangelios canónicos
se refiere, sólo se contaron esos cuatro, cuando en realidad había más de
cincuenta. Sí, así es: más de cincuenta.
Unos se perdieron, otros fueron destruidos, y
los que alcanzaron a sobrevivir a la vorágine arrolladora del cristianismo
institucionalizado, el ortodoxo (no confundir con la rama ortodoxa del
cristianismo, la segunda más antigua), fueron incluidos y aceptados bajo
consenso más o menos general, por la reciente jerarquía cristiana: obispos,
sacerdotes y diáconos. Y aquí, en las sombras, es donde entran en escena los
protagonistas principales de este presente análisis que te comparto, apreciable
lector: los gnósticos.
Bien fuera por celo, por miedo o simplemente
por no perder la memoria de estos textos tan importantes como controvertidos,
se cree que algunos monjes de la corriente gnóstica viajaron a Egipto con estos
textos, traducidos del griego al copto, y los ocultaron en una remota cueva
cercana al Nilo, en Nag Hammadi. Ahí permanecieron por espacio de casi dos mil
años, ignorados, sepultados, hasta que el más inverosímil sujeto, sin saberlo,
se había topado con un tesoro de valor incalculable, que habría de revolucionar
la propia revolución que la ortodoxia cristiana había clamado para sí,
reivindicando el papel que la gnosis tuvo también, aunque no guste, en el
recuento de la historia de aquel revolucionario maestro judío siglos atrás.
Desde la primacía de Pedro, pasando por la
relación de el Salvador con María Magdalena, hasta la jerarquía apostólica e
incluso la mismísima resurrección de Jesús son no sólo cuestionados sino
parafraseados también de forma críptica (adrede, sin duda), en un lenguaje
comprensible sólo para los iniciados, esto es, los gnósticos. No es de extrañar
que, debido a estos temas tan delicados para los más devotos, quienes muy
probablemente o ignoraron o pasaron por alto, cause conmoción el retrato que
pintan del Nazareno, de su vida y obra.
El evangelio de Felipe, el apocalipsis
de Pedro, así como el evangelio de Tomás y Truena, mente perfecta
(particularmente estos dos últimos), son algunos de los más destacados ejemplos
de los evangelios apócrifos, no reconocidos como canónicos por la ortodoxia de
la iglesia. Desde luego, no olvidar el Evangelio de la Verdad,
¡atribuido al propio Jesús! Vamos, el mismo concepto de Dios visto desde la
perspectiva “común” judía como masculino, revela también una naturaleza
femenina.
¿A qué me refiero con esto último? Pues ni
más ni menos que a la estrofa más conocida de Truena, mente perfecta,
que contiene la impactante revelación de un poder femenino de naturaleza
divina:
«Yo soy la primera y la última. Soy la
honrada y la escarnecida. Soy la puta y la santa. Soy la esposa y la virgen.
Soy (la madre) y la hija… Soy aquella cuya boda es grande y no he tomado
esposo… Soy conocimiento e ignorancia… Soy desvergonzada; estoy avergonzada. Soy
fuerza y soy temor… Soy necia y soy sabia… Yo no tengo Dios y soy una cuyo Dios
es grande.»
Truena, mente perfecta 13: 16-16, 25
Ciertamente estos simbolismos causan impacto
en su lectura, principalmente para quien haya tenido una rígida educación
religiosa al estilo tradicional, digamos. Es una perspectiva andrógina,
bisexual, si se quiere, de contemplar la naturaleza divina misma.
Y si eso causa conmoción, agárrense: porque
apenas vamos comenzando.
Sin entrar en detalles respecto al
conocimiento hermético que probablemente tenga alguno de ustedes (¿cabalístico,
quizás?), mis queridos lectores, o bien sea que se trate de simple curiosidad
que hayan desarrollado sin acceder a estos textos tan misteriosos como
“vetados” por algunos grupos (principalmente religiosos), más de uno se habrá
hecho, su servidor incluido, la misma pregunta.
¿Por qué la imagen que presenta de Dios el
Antiguo Testamento es la de un dios terrible, castigador y terriblemente
celoso, en comparación con la que nos muestra el Nuevo Testamento, la de un
dios compasivo y conciliador? De manera particular, el celo que muestra el dios
creador en el Antiguo Testamento; pues los evangelios apócrifos sugieren una
respuesta a ello.
Aquí entra en juego otra rama de los
gnósticos, los valentinianos, los seguidores de Valentín, así como los
gnósticos setianos. Según estos, ello explica porque en el Nuevo Testamente se
refiere en ocasiones a Jesús como el “Hijo del Hombre” (Anthropos, en griego).
«Ialdabaoth, haciéndose arrogante de
espíritu, se jactó sobre todos aquellos que estaban debajo suyo y explicó: “yo
soy padre y Dios y sobre mí no hay nadie”, su madre, oyéndole hablar así, clamó
contra él: “No mientas, Ialdabaoth; pues el padre de todos, el Anthropos
principal, está por encima de ti; y lo mismo Anthropos, el hijo de Anthropos… y
este Anthropos es realmente aquel que es Dios por encima de todos”.»
Ireneo, Adversus haereses I, 30, 6.
El concepto judeocristiano del dios único no
sólo se multiplica con esta propuesta, sino que, además, contrasta la
naturaleza misma del comportamiento divino. Es en sí mismo la justificación gnóstica
a esta pregunta, cuya respuesta está reservada sólo a los iniciados.
Pero ¿qué tiene que ver esto con el Nuevo
Testamento? Lo de toda la vida: el poder. ¿Quién puede clamar ser miembro de la
“iglesia verdadera”?
El Segundo tratado del gran Set (otro de los
apócrifos) pretende responder a esa pregunta, pues como vocero de los gnósticos
los coloca a estos por encima de los ortodoxos llamándolos “hijos de la luz”,
nombrando a sus adversarios en la fe como “canales sin agua (Apocalipsis de
Pedro)” perteneciendo al resto, a aquellos que como el resto del pueblo llano
no han alcanzado la gnosis (conocimiento). Aquellos que sí han alcanzado
o por lo menos comprenden la gnosis, son denominados por sus correligionarios
como “espíritus compañeros”.
Por otro lado, los ortodoxos defendían su
postura, la que finalmente se impuso, ante los gnósticos denominando a esos
tergiversadores como “personas falsas, seductores, perversos e hipócritas”,
según Ireneo. Este mismo los consideraba apóstatas (es decir, que renegaban o
abandonaban su religión), peores incluso que los paganos.
Todo lo anterior agudizó el antagonismo
existente entre estas dos posturas, la gnóstica y la ortodoxa, a tal grado que
los gnósticos aseguraban que los ortodoxos, “no entienden el misterio… se
jactan de que el misterio de la verdad les pertenece exclusivamente
(Apocalipsis de Pedro, 76: 27-30)”. Por ello y por casos extremos como el martirio
de los cristianos es que los gnósticos veían como un sacrificio inútil y un
atentado a la vida misma como don divino el martirio, llegándolos a ver con
desprecio.
Llama la atención dentro de la visión
gnóstica, que la propia autora compara a menudo con la de las religiones
brahmánicas, hinduismo y budismo, el intenso deseo de alcanzar un estado de
conciencia superior: el nirvana es equiparable en este sentido a la gnosis;
más bien a la apolytrosis, pues ambos términos significan literalmente
“liberación”.
¿Significa esto que las religiones y filosofías brahmánicas influyeron a su vez en algún punto en las religiones y filosofías abrahámicas?
La autora sugiere esta posibilidad, sin
descartar que hayan desarrollado esa compleja filosofía tan disímil en
apariencia, pero tan similar ya más de cerca, a la par. No es sorprendente dado
que, los gnósticos, al hallarse más cerca de la tradición filosófica griega en
su pensamiento, compartieran una enorme similitud con las doctrinas
brahmánicas, pues los griegos de la época de Alejandro Magno abrevaron de dichas
doctrinas: el cuerpo como instrumento (¿vehículo?), suena bastante hinduista o
hasta budista.
Todo este conocimiento hermético era pasado
de maestro a alumno en el círculo gnóstico, donde aquellos decidían cuando o si
acaso estaban listos estos para alcanzar ese conocimiento superior de la
doctrina de Cristo, la gnosis. De hecho, las mismas cátedras que los maestros
gnósticos daban a sus iniciados quedan registradas; baste recordar a Alógenes y
Messos, maestro y discípulo respectivamente.
Y hablando de maestros y discípulos, ¿cómo
olvidar la postura de la iglesia desde sus primitivos orígenes con respecto al
ministerio, reservado casi de manera exclusiva para los hombres? ¿Dónde queda
la mujer y su papel (no menos importante) en la divulgación de las enseñanzas
del Maestro de Nazareth?
Si bien es cierto que los gnósticos defendían
el derecho al ministerio (sacerdotal, incluso) de la mujer, como lo muestra el
evangelio de Tomás mostrando una aparente rivalidad entre Pedro y María
Magdalena, aquel hace titubear a esta “porque odia al género femenino
(Pistis Sophia, 36, 71)”, a ratos parece justificar ese límite tácito impuesto
por los mismos apóstoles por la falta de seriedad que esta muestra (Tradición
apostólica, 18, 3).
En cuanto al lado ortodoxo, qué decir del
apóstol Pablo y su conocida restricción a las mujeres: basta recordar ejemplos
como la primera carta a Timoteo (I Timoteo, 2: 11-12), la carta a los efesios
(Efesios 5:24) o la carta a los colosenses (Colosenses 3: 18).
Con lo anterior y además con la crítica
ortodoxa a las mujeres en su intento por igualar en el ministerio a los
hombres, cualquiera pensaría que no es de sorprender la postura gnóstica,
quienes bajita la mano sostienen que no era tanto una crítica al género
femenino, sino a la manifestación de la sexualidad… Vaya, ¡menudo giro!
Pues a muchos estudiosos o curiosos de la
biblia canónica les sorprenderá que, pese a la conocida fama un tanto misógina
de Pablo, se encuentra también una justificación no sólo bíblica, pero también
histórica del ministerio de las primeras mujeres cristianas: para ello, basta
consultar Romanos 16:7.
Por supuesto, no se puede pasar por alto la
supuesta relación erótica entre el Maestro y María Magdalena, que algunos
estudiosos aseguran que, en realidad tenía tintes de comunión mística. A esto,
recordemos que se le adjudica a la magdalena también un evangelio.
Claro está, hablando también de la otra
“familia” de Jesús, no debe omitirse la supuesta relación fraterna de Tomás con
el Nazareno, hermano gemelo de Éste, pero en un sentido espiritual: “usted, el
lector, es el hermano gemelo de Jesús”. Ejemplos de esto los encontramos en el evangelio
de Tomás, así como en el Libro de Tomás el Contendiente.
A este respecto, era de forma particular ese
otro rostro de Jesús el que atraía de manera particular a los valentinianos:
ese, en palabras de la autora, Jesús meramente humano, el oscuro rabino de
Nazaret. Humano, demasiado humano…
Anthropos, Logos, gnosis, demiurgos, sophia entre algunos de los más destacados términos
griegos, así como algunos hebreos tales como, ruah y hokhmah,
parecen mezclarse, dando como resultado una mezcla a cuál más interesante, por
decir lo menos. Y aquí es donde quizá los más puristas de las Sagradas Escrituras
podrían poner reparo, pues dirán que se debe tomar sólo la versión original, la
raíz hebrea. Bueno, importante también es no olvidar que toda cultura se ve
influida por otras culturas y formas de pensar, y ello incluye el uso del
lenguaje: no olvidar que los primeros evangelios canónicos fueron escritos en
griego, no en hebreo.
Por último, pero no menos importante, no
olvidemos el núcleo central del cristianismo: la resurrección.
Claro está que el enfoque gnóstico difiere bastante del ortodoxo, como es de suponerse. Desde la ejecución de Jesús en la cruz, clamando que no murió en verdad en esta, sino que otro tomó su lugar. Cómo olvidar, por ejemplo, el poema “Danza en ruedo de la cruz”, ¡imagínese usted eso!
Sin embargo, mucha de la justificación que de
manera puntual señalan los ortodoxos para refutar la visión gnóstica es el
hecho de que estos echaban mano de su experiencia espiritual particular sobre
Cristo y su doctrina; o sea, le echaban de su cosecha. Pero no se debe olvidar
que muchos de los aspectos más populares de la tradición cristiana, como el
nombre de los magos de Oriente (los Reyes Magos) o el que hubiera una mula y un
buey rodeando el pesebre en torno a Jesús recién nacido, no derivan de los
evangelios canónicos, sino de los apócrifos. Dicho de otra forma, ¡la ortodoxia
tomó para sí y manejó en la tradición cristiana elementos tomados directamente
de la gnosis!
La base misma del gnosticismo es el alcanzar esa verdad, esa gnosis, de una manera más introspectiva; no sorprende entonces la similitud entre la gnosis y el psicoanálisis. ¿Los gnósticos como precursores de estos últimos? A ningún psicoanalista, psicólogo, psiquiatra o estudioso de la mente humana le sorprenderían semejantes paralelismos. Por ende, es lógico suponer, asegurar incluso, que paradójicamente en el pecado llevara la penitencia el gnosticismo, pues ese enfoque tan elitista que contrastaba con ese espíritu comunitario que finalmente se impuso en la historia universal gracias a la ortodoxia, acabara triunfando.
Pero ello no le quita mérito al gnosticismo,
de hecho, hasta reafirma su milagrosa supervivencia (en las sombras, claro)
hasta nuestros días. Quizá era destino que esos mismos documentos ocultos por casi
un milenio fuesen hallados en una época más actual, más amplia en criterio (ni tanto,
pero, en fin), pues de haber sido encontrados a mitad del milenio pasado, como
sugiere la autora, probablemente hayan sido destruidos en su totalidad, perdiéndose
para siempre ese conocimiento.
No soy ningún teólogo, mucho menos un
académico especializado, simplemente me eduqué de forma autodidacta con esa
fascinante universidad privada que era la biblioteca de mi hogar y no por
casualidad, dada mi formación religiosa, me atrajo la figura de ese compasivo
maestro judío, cuya vida, obra y milagros inspirara tantas manifestaciones
artísticas, revoluciones sociales y el núcleo mismo de la historia universal,
se quiera o no e incluso reconocido por autores y personas en general no
cristianas.
Pero más allá de eso, más allá de conocer la vida
de Cristo en todas sus facetas, impactantes, terribles y maravillosas a la vez,
ora fueran ciertas algunas, de dudosa veracidad otras, pero no por ello menos
reflexivas, creo que el corazón de Su mensaje es lo que verdaderamente debe de
permear en todo aquel que se interese en la vida del Nazareno, sea o no
creyente: el amor a Dios y en un muy próximo sitio, el amor a todas las
criaturas, manifestación pragmática y viviente de ese amor a Dios.
Amén.
Tonatiuh
Santiago de Querétaro, Qro. México. Martes 8 de agosto de 2023.
Bibliografía:
Elaine Pagels. Los evangelios gnósticos. © 1982 de
la traducción castellana para España y América: Editorial Crítica (Grupo Editorial
Grijalbo), S.A., calle Pedró de la Creu, 58, Barcelona-34
Título original: The Gnostic Gospels. Random
House, New York. © 1979: Elaine Pagels, New York.
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