Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XXXI, "El Gallo de Oro".
Mil libros que leer antes de morir.
Capítulo XXXI, “El Gallo de Oro”.
“No sabes cuánto me gustaría que me
acompañaras a los gallos. Tú eres mi piedra imán para la buena suerte.”
El Gallo de Oro -Juan Rulfo
Todo o nada.
Tal es el mundo de las apuestas, de los
juegos de “azar” (énfasis en las comillas), de las peleas. Y el mundo de las
peleas de gallos no es la excepción.
Habiendo sido criado entre dos ambientes, el
urbano y el de pueblo, no es de extrañar que me llamara la atención esta
historia, contada por la pluma genial de Juan Rulfo. Si bien es cierto que la
mayoría de las personas ubican más este relato por la película más que por la
novela la cual desde un principio fue pensada para el cine, la sincera verdad
(referencia intencional) es que la adaptación fílmica desmerece bastante a la
novela; se los dice un servidor. Pero más adelante tocaré el tema.
Leer “El Gallo de Oro” me remite a las
historias que me contaba mi madre de sus años mozos, así como a las peculiares
andanzas de mi abuelo, Papá Juan (Q.E.P.D.), quien era un ávido apasionado de
las peleas de gallos. Verdad es que, a ojos de muchos hoy en día, se trata de
violencia animal azuzada por la codicia y el orgullo humanos, así como el
característico fervor machista competitivo del latino; mi abuelo no ocultaba su
afición por las peleas de los gallináceos. Y aun cuando recuerdo poco que me
contara de su vida pues lo conocí poco (murió cuando yo tenía unos nueve años),
lo que sí recuerdo son algunas de las canciones que entonaba, típicas del
potpourri ranchero mexicano de aquel entonces, así como la crianza de gallos
giros a los que dedicaba parte de su tiempo, teniendo jaulas con algunas de
estas aves a los que cuidaba con esmero en el patio trasero de su casa.
¿Pero cómo es posible?
¿Cómo un hombre que dedicaba su tiempo a la
crianza y cuidado de estas bellas aves podría permitir semejante barbarie?
Dirán muchos cristalitos (generación de cristal) en esta época. Bueno, todo
tiene sus asegunes y la verdad a mi abuelo si había algo que no le gustaba eran
las corridas de toros, pues decía que le parecía una fiesta cruel. El
justificaba su afición gallera bajo la premisa de que por lo menos en las
peleas de gallos, estos se encontraban en condiciones más parejas, con todo y
las navajas. Pero en los toros, pues el hombre es el que tiene muchas más
ventajas, “fiesta” (la “fiesta brava”) que por cierto mi abuelo, detestaba.
Ventajas, navajas… Está esto muy rimado, ¿no
creen? Ya parece copla popular mexicana, ¿verdad? Bueno, retomemos el hilo pues
por más que así lo parezca, no es la intención de esta publicación hacer
parodia al más puro estilo mexicano, ingenioso y picante. Vamos a comenzar con este,
su modesto análisis, y esta vez no sólo literario, sino fílmico además.
El Gallo de Oro no sólo es un vistazo al
México de ayer, ese México que, tras haber sufrido una guerra de revolución, el
primer levantamiento armado del siglo veinte, se negaba a dejar atrás su pasado
rural. Ese México que conservaba aun algunas de sus tradiciones novohispanas,
como el uso de pregoneros y demás; sus ferias patronales con sus juegos de azar
donde el alcohol, las apuestas y una que otra riña o altercado que en ocasiones
acababa en tragedia mortal opacaban la católica devoción al santo o santa en
turno hasta en el pueblo más apartado.
No, el Gallo de Oro es más que todo lo
anterior o solamente una mirada al mundo fascinante, nos guste o no, que era y
sigue siendo hasta nuestros días y a pesar de las numerosas protestas de
activistas en pro de los derechos de los animales, de las peleas de gallos. Es
un relato que desnuda la doble moral del pueblo, esa que por un lado juzga a la
mujer, al tiempo que le permite el más suelto y relajado sentimiento libertino,
eso sí, que no se note, no vaya a ser que la gente hable.
Y sí, la gente siempre habla; dice, pero no
deja de presumir de buena y compasiva, burlándose por otro lado del diferente,
del menos afortunado, pues todo el mundo lo hace, por lo tanto, ¿por qué yo no?
Es esto último una semblanza de la vida
inicial de Dionisio Pinzón, protagonista del relato que nos ocupa. Un recorrido
por los arduos vericuetos de su existencia, de su evolución como personaje en
esta tragicomedia que nada pide a cualquiera de las mejores tragedias griegas
de la antigüedad.
Pero también es el relato de un complicado
triángulo amoroso, un forzado ménage à trois entre los protagonistas del
mismo, girando en torno a la protagonista, hada del destino ineludible y
trágico que es esa seductora mujer, la Caponera, y ese imponente charro
manipulador y manejador (creía él) que era Lorenzo Benavides. Los tres
personajes parecen danzar al son de un vals inaudible que se antoja atrapante,
con un crescendo imparable conforme avanza la historia en cuestión que se
vuelca en un giro de trama verdaderamente impactante.
San Miguel del Milagro es el escenario
inicial en donde nuestro protagonista, el humilde y deforme Dionisio Pinzón,
comienza su largo y tortuoso camino, el cual inicia de manera doblemente
trágica: agoniza su madre y conforme esta se despide de esta vida, el Gallo de
Oro, artífice de su futura fortuna y tragedia, va resucitando tras haber sido
rescatado por Dionisio de una pelea en la que había perdido. Con los más
dedicados cuidados, el ave logra sobrevivir, más no así la madre de Dionisio, a
quien ni siquiera puede dar cristiana sepultura, cargándola en un petate cual
si de un pobre animal se tratara, a expensas de las burlas del pueblo, de quien
Dionisio resiente sobremanera, jurándose no volver a pasar ni hambres ni burlas.
Tras enterrar someramente el cuerpo de su madre, Dionisio sale a correr mundo,
a buscar mejor suerte, cargando su Gallo de Oro.
Es en la feria de San Juan del Río donde se
topa con Bernarda Cutiño, “La Caponera”, mujer de atractiva y sensual
personalidad, junto con su manejador, Lorenzo Benavides, charro de bravo y a la
vez ominoso perfil quien, aunque no lo dice, ama a la Caponera. Pero esta mujer
de espíritu libre y rebelde escoge a quien así lo desea, dejándolo cuando así a
ella le place: y sí, son ellas quienes escogen y no al revés, pues en su
astucia, hacen creer al hombre que es él quien tiene el control y escoge. Tal
es parte de la premisa de esta dinámica de amor enfermizo en esta historia.
Tras triunfar en grande en la feria contra
uno de los gallos de Lorenzo, Dionisio es presentado con la imponente mujer,
quien gustaba del ambiente festivo de las tapadas, en donde se daban los
encuentros de los gallos. Ahí Bernarda se sentía como pez en el agua y junto
con su manejador, le proponen a Dionisio asociarse, a lo que éste se niega.
Pero el gusto y el sabor de la victoria poco
le duraron a Dionisio quien, en Tlaquepaque, pierde su recién adquirida
fortuna, la cual expira al mismo tiempo que su magnífica ave, ese Gallo de Oro.
Convenientemente se encuentra allá de nuevo con la Caponera y con Lorenzo, con
quienes acepta el trato y aunque venido a menos, comienza como gallero y
soltador, teniendo acceso a todas las aves de Don Lorenzo, aprendiendo los
tejemanejes del negocio de los gallos, creciendo al principio a la sombra de
aquel, bajo la mirada furtiva de la Caponera, quien surca los alrededores como
protagonista de un desenlace que ni siquiera ella puede aun descifrar.
¿Se trató acaso de un ardid para atraer al
creciente círculo de Lorenzo Benavides al ingenuo Dionisio?
Como quiera que haya sido, nuestro
protagonista saca partido hasta de las adversidades más desconcertantes, más
frustrantes. No sólo aprende del negocio de los gallos, sino también del de las
apuestas, aprovechándose de sus recientemente adquiridas habilidades y quizás
aprovechando la buena fortuna que le proveía su talismán viviente, esa
enigmática mujer, La Caponera.
Regresado a San Miguel del Milagro para
sepultar a su madre como Dios manda, ese hombrecillo humilde que conocimos a
inicios del relato acaba por difuminarse en un personaje soberbio, producto de
su mejorada suerte, que guarda un profundo desdén a ese pueblo que le dio la
espalda y se burló de su suerte tras la muerte de su madre. Es en su pueblo
natal donde contrata a Secundino Colmenero, en quien es imposible no ver una
versión desdibujada del antiguo Dionisio, a quien se lleva del pueblo para ya
no regresar.
Tiempo después Dionisio y Bernarda se casan,
en un enlace que más parecía por conveniencia que por amor, pese a la
advertencia que tiempo atrás esta mujer le hiciera al protagonista, en una
especie de “ya sabes a qué te atienes”. Sin embargo, con todo ello,
extrañamente esta acepta, para desgracia de Lorenzo quien siempre la amo, o la
amó primero. Pero ya se sabe que no es la liebre de quien la ve primero, sino
de quien la atrapa: aunque esta difícilmente se acostumbraría al cautiverio.
El tiempo pasó y la pareja, ya con una hija,
La Pinzona, deciden visitar en su hacienda de Santa Gertrudis a quien fue
manejador de ella y benefactor a regañadientes de él. Llegados a este lugar
para pagarle una visita a Lorenzo Benavides, este los recibe viejo y decrépito,
en silla de ruedas.
La misma hacienda de Santa Gertrudis pasará a
ser una protagonista por derecho propio de la serie de dramáticos acontecimientos
que habrían de sucederse en ella. Lorenzo pierde la misma en un juego de cartas
para que esta pasara a manos de Dionisio. Y a partir de ahí, la vida da un giro
violento para todos.
La Caponera difícilmente podría contener su
espíritu inquieto por mucho tiempo, encerrada a cuatro paredes cual pájaro
acostumbrado a la libertad; mal negocio, mala idea. Y su hija, bien apodada La
Pinzona, no tardaría en seguir los pasos de la madre e incluso de superar
el ejemplo de su maestra, lo que vendría a convertirse en verdadera angustia
para sus padres al emprender vuelo precozmente, convirtiéndose también en
verdadero pesar para la gente del pueblo y sus alrededores.
Y es esa misma hacienda de Santa Gertrudis la
que parece que, a guisa de su dueña no quiere ser propiedad de nadie. Se convierte
en escenario maldito de las numerosas calamidades que terminan por abatirse en
la disfuncional familia de los Pinzón Cutiño. El final es tanto inesperado como
desconcertante, aunque, irónicamente, era a la vez de esperarse.
Quien haya visto la película de Roberto
Gavaldón de 1964 inspirada en la novela de Juan Rulfo, la misma que contaba con
colaboradores interesantes como Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, se
habrá dado cuenta de las numerosas licencias que se tomaron los realizadores en
torno a la adaptación. Más sorprendente aún es el hecho de que el propio Juan
Rulfo lo permitiese.
Eso sí, la película no decepciona pese a las
ya mencionadas libertades tomadas. La triada formada por Ignacio López Tarso
(1925-2023), Lucha Villa y Narciso Busquets (1929-1988) es simplemente fantástica.
Lucha Villa brilla de manera única con su voz y su atractiva persona, aunque
bien es cierto que destaca más por el canto y su belleza física que por su actuación.
Narciso Busquets impone una presencia que demanda respeto en pantalla. Y en
cuanto a Ignacio pues, ni qué decir: un actorazo que encarna a la perfección el
perfil trágico de Dionisio Pinzón, con ese antecedente histriónico que
perfectamente plasma en cada escena.
A riesgo de sonar gastado con la frase de “es
mejor la novela” (lo cual creo sinceramente), la verdad es que esta es mucho
más oscura en cuanto a su desarrollo de la trama en el manejo del humor al más
puro e irónico estilo mexicano, aceptando sin más lo que venga en éxito o
fracaso y con todo, siguiendo adelante. Evidentemente quien haya visto la
película antes que leído la novela, notará la abrumadora cantidad de licencias
que los adaptadores se tomaron, acaso porque creían que algunas cosas funcionarían
mejor que otras al plasmar la historia en filme, como a menudo ocurre en el
medio cinematográfico.
Con todo lo anterior, esta magnífica película
que está a punto de cumplir sesenta años de haber sido presentada en cines se
ha ganado su justo lugar en la biblioteca del cine clásico mexicano. La segunda
novela de Rulfo, cumpliendo ya sesenta y cinco años de haber sido escrita, pero
publicada hace “apenas” cuarenta y tres años, mantiene ese sello característico
rulfiano de personajes con luchas internas complejas, desarrollándose en ese
escenario de la vida nacional de hace casi un siglo, donde los mismos
escenarios, los pueblos y comunidades en los que los hechos ocurren, son en sí
mismos un personaje más en los relatos de Rulfo.
Sin duda la apuesta de Rulfo por esta
historia, pensada desde un principio para el cine, resultó ganadora. Porque las
historias de Rulfo así son, así describen la vida, tal cual es, no a la manera
de un realismo mágico, sino a la más pura forma costumbrista mexicana. Porque
así es la vida.
Todo o nada.
Tonatiuh
Santiago de Querétaro, Qro. México. Lunes 10
de julio de 2023.
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