Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XII: La Metamorfosis, de Franz Kafka.

"Después de un sueño intranquilo, Gregor Samsa despertó convertido en un monstruoso insecto..."

Con éstas impactantes líneas da comienzo uno de los hitos literarios más grandes del siglo pasado, la Metamorfosis, de Kafka. Al igual que muchos grandes, sus logros no fueron propiamente reconocidos en vida, sino de manera póstuma. Ciudadano checo de origen judío y germano parlante, Franz Kafka plasmó en su narrativa (creativa y original) realista a la vez que fantástica, planteando el problema de la vida moderna, muy adelantado a su tiempo, y de cómo la abrumadora vorágine de la cotidianidad termina por envolver hasta al individuo más común e insignificante, despojándoles tanto a él como a quienes le rodean de su humanidad.

La trama de la novela se centra en Gregor (¡Gregorio, hombre!) Samsa, viajante de comercio que se dedicaba a la venta de textiles, con la intención de ayudar a su familia y en secreto, ayudar a su querida hermana a cumplir su anhelado sueño de asistir a la escuela de Bellas Artes, pues mostraba facultades artísticas con el violín.

Ilusiones a alcanzar e instrumentos de trabajo se hallaban representados en el dormitorio de Samsa, "de la mesa... colgaba una lámina que había recortado de una revista ilustrada y colocado en un hermoso marco dorado..."

Súbitamente, una mañana, "Gregor Samsa despertó convertido en monstruoso insecto. Esa mañana él se hallaba acostado sobre el duro caparazón de su espalda y, alzando un poco la cabeza, pudo ver su vientre oscuro y abovedado, dividido en arqueadas callosidades..."

La situación se torna compleja cuando, esa mañana, su madre le insta a levantarse de la cama para dirigirse al trabajo; éste responde con dificultad, pues comienza a perder la capacidad de pronunciar palabras:
"-Gregorio -dijo la voz de su madre-, son las siete menos cuarto. ¿No tenías que tomar el tren?
"...Gregorio se estremeció al oír su propia voz que respondía, la voz de siempre, sí, pero mezclada con un pitido doloroso e imposible de reprimir... Hubiera querido responder  explicarlo todo, pero en vista de las circunstancias se limitó a decir:
"-Sí, sí. Gracias, madre. Ahora me levanto."

Ah, pero si creen ustedes que eso es todo, recordemos que cuando las cosas parecen andar mal, ¡siempre pueden ponerse peor! Poco después se aparece en su casa nada más y nada menos que su jefe, para quien "todas las enfermedades se reducían al horror al trabajo".

Tras varios intentos de incorporarse, dada la torpeza producto de su reciente transformación insectívora, Samsa procura (al menos hasta el momento) evitar que su familia ingrese a su habitación y le vea en su nueva y sub-humana condición. La madre se impacienta, se preocupa al punto de solicitarle a su hija que vaya de inmediato a conseguir un médico, al oírle hablar de forma extraña... "Con una voz animal", en palabras del gerente que también estaba en la casa, esperando tener noticias de la condición de Samsa. El último vistazo de la antigua condición y forma humana de Samsa era el retrato en que aparecía con su uniforme militar, durante el tiempo en que prestaba su servicio.

En un principio, Gregorio se preocupa más por el hecho de que, si deja partir al gerente (su jefe), podría perder su empleo; no tardaría mucho en darse cuenta que esa sería la menor de sus preocupaciones. Al observar su monstruosa e inquietante condición, la madre no puede menos que horrorizarse y Gregorio, inútilmente, trata de exclamar ¡madre! Su propio padre termina pateándolo al interior de su cuarto, que termina por ser la prisión en la que acabará el resto de sus días.

De los miembros de la familia, la única que parece compadecerse de su condición y hacer algo al respecto mientras dura la misma, es su hermana Grete, quien al verlo "sufrió una impresión tan fuerte que volvió a cerrar la puerta sin dominarse". Pan duro, legumbres, queso, entre otras "exquisiteces" constituyen ahora la nueva dieta de Gregorio, provista compasivamente por su bien amada hermana. "...los alimentos frescos no le gustaban, le era tan insoportable su olor mismo, que los puso en un lugar alejado de los que comería".

Pero pese a que la hermana, dadas las circunstancias, hacía hasta lo más humanamente posible por salir adelante de la presente situación, "Gregorio iba viendo las cosas más claramente". La parte inferior del sofá se convertía en su refugio favorito, particularmente a la llegada de visitas a la casa. Era inevitable escuchar las conversaciones, particularmente de boca de los padres con su hermana, quien se había convertido en quien reportaba periódicamente sobre la condición de su hijo, la cual era cada día más evidente que no mostraría mejoras. "Por consideración a sus padres, [Gregorio] evitaba acercarse a la ventana durante las horas del día..."

Paulatinamente, se va despojando su habitación de los distintivos que la identificaban como propia de Gregorio, hasta quedar las paredes desnudas, quedando el retrato de la dama de pieles en hermoso marco dorado: "Sobre una pared ya desnuda, captó su atención el retrato de la dama de pieles y, sin pensarlo más, trepó hasta alcanzarlo y se adhirió al vidrio, cuya frescura calmó por un momento el ardor de su vientre".

Las cosas se complican cuando, tras despojar de cosas el cuarto de Gregorio o emplearlo parcialmente como almacén, la familia se propone rentarlo. Una criada, viuda y entrada ya en años, es el nuevo personaje adicional a la ya de por sí complicada trama en la nueva vida de Gregorio; la misma intenta congraciarse con Gregorio, azuzándolo: "¡Acércate, bicho! ¡Vaya con éste bicho!" Pero Gregorio se abstenía de contestar.

Tres individuos de insufrible personalidad entre los que destacaba uno que parecía ser el que llevaba la batuta, eran los nuevos huéspedes que rentaban una de las habitaciones de la casa. Consciente de la situación, Gregorio comienza a desesperar al oír comiendo despreocupadamente a los huéspedes, "tengo hambre, se decía Gregorio con preocupación. Pero éstas cosas no me apetecen. ¡Cómo comen los huéspedes mientras yo me muero!"

En presencia de los huéspedes, Grete comienza a tocar el violín, lo que los mueve a curiosidad a escucharle. Pero todo cambia cuando la repentina y accidental aparición de Gregorio bajo su espantosa condición animal fuera de los límites de su habitación, capta aún más la atención de los huéspedes. Al percatarse de ello, el padre de Gregorio, en un intento por tranquilizar a los huéspedes, a quienes creía asustados por el descubrimiento de la horrible criatura que era su hijo, intenta calmarlos, logrando todo lo contrario... ¡Ellos estaban llenos de curiosidad por ver a la criatura, cual si se tratara de un espectáculo de feria o de circo! El huésped que lideraba la triada de nuevos inquilinos, molesto, les dice a los padre de Gregorio "les comunico a ustedes que debido a las repugnantes condiciones que imperan en esta casa y en esta familia -al decir esto escupió violentamente sobre el piso-, me despido ahora mismo".

Finalmente, ocurre lo inevitable: Grete, el último reducto de conmiseración en que podía confiar Gregorio, termina por desesperarse. "Queridos padres -dijo la hermana, dando un puñetazo sobre la mesa a modo de introducción-, las cosas no pueden seguir así. Si ustedes no se dan cuenta de ello, yo sí. En presencia de este monstruo no quiero ni pronunciar el nombre de mi hermano, de modo que sólo voy a decir esto: tenemos que librarnos de él".

"Si tan solo nos comprendiera -agregó el padre en tono indeciso. Pero la hermana negó enérgicamente con la mano, sin dejar de llorar, dando a entender que esa posibilidad era simplemente impensable"... Pero no era así; tras el incidente con los huéspedes, su padre le había lanzado una manzana al cuerpo, que le había dejado severamente herido. Empezaba a perder la movilidad, cuando finalmente logra regresar no sin dificultad, a su habitación. "En cuanto hubo entrado a la habitación, la puerta fue cerrada y puesta bajo llave..." Ahí, en las oscuras profundidades de lo que alguna vez fuera su habitación, las cuales ahora, dada su triste y deplorable condición más asemejaban el interior de una oscura mazmorra medieval, Gregorio Samsa pasaría el resto de sus días.

"Permaneció en este estado de apacible reflexión y abandono hasta que se escuchó al reloj de la iglesia dar las tres de la madrugada. El alba que despuntaba más allá de los cristales llegó todavía a su conciencia. Luego, a su pesar, la cabeza se hundió completamente y su hocico despidió un débil y último aliento...
"-¡Está muerto! ¡Mírenlo, está bien muerto!" gritaba desesperadamente la nueva sirvienta una mañana en que entró a limpiar la habitación donde se hallaba Gregorio.

¿Y la familia? De vuelta a la normalidad, cual si Gregorio jamás hubiese existido, o formado parte de sus vidas. Los padres, maravillados con el desarrollo que estaba alcanzando Grete, "sin decirse nada, conprendiéndose intuitivamente con las miradas, concluyeron que ya era tiempo de hallarle un buen esposo". El espectáculo debe continuar...

A poco más de cien años de publicada por primera vez esta increíble novela, Kafka se coloca con éste clásico intemporal en el pedestal de los autores atemporales, pues su llamado de atención sigue hoy más que nunca, tan vigente como hace más de un siglo. ¿Cuántos individuos metamorfoseados metafóricamente no hemos visto pasar (o no hemos sido, en algún punto de nuestras vidas), víctimas de la abrumadora mecanización del ser humano en sus trabajos, en sus vidas personales, en sus sueños e ilusiones? ¿Desde cuándo se ha convertido el ser humano en un autómata que sólo vive para trabajar en lugar de trabajar para vivir? Oficialmente la esclavitud fue abolida en nuestro continente hace poco más de dos siglos, pero sigue vigente bajo formas más sutiles (¡y no tan sutiles!), particularmente en la industria de los países en vías de desarrollo como el nuestro; es un ingeniero industrial quien lo sabe y se los dice, quien lo vivió en carne propia en las trincheras de las fábricas, codo a codo con sus compañeros, desde los operadores, esos soldados anónimos que construyen los sueños y comodidades de que gozamos, hasta los colegas, los éticos y los cínicos por igual.

Un amigo sociólogo alguna vez me dijo que toda lucha social estaba condenada al fracaso si el proletariado no estaba educado; la imperturbable y devoradora marcha del "progreso" y de la vida cotidiana no deben ser pretextos para prepararse, para tener una vida más integral, téngase el nivel que se tenga. Kafka probó con ésta joya literaria que es importante despertar de esa realidad embrutecedora, pues en sus propias palabras:

"Me parece, por lo demás, que sólo deberían leerse aquellos libros que nos muerden o nos pican. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leer?... Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado en nosotros."

Tonatiuh

Bibliografía:
  • Kafka, Franz. La Metamorfosis. (c) Derechos Reservados, 1980 por la Cía. General de Ediciones, S.A. de C.V. Novena Edición: agosto de 1985.
  • Diccionario Enciclopédico Universal. Tomo V. CREDSA, ediciones y publicaciones. 1972, impreso en España.
  • Letras Rodantes, Programa de Fomento Lector. Colegio de Bachilleres de Querétaro (COBAQ). Número 15, año 2015.

Comentarios

Entradas populares