Mil libros que leer antes de morir. Capítulo 42, "El abogado del diablo".

 Mil libros que leer antes de morir.

Capítulo XLII, “El abogado del diablo”.

“Inter faeces et urinam nascimur”

San Agustín de Hipona

Una grata tarde de verano, mientras caminaba de la mano con la dueña de mis suspiros por el centro histórico de mi bella ciudad natal, Querétaro, me topé con un verdadero tesoro, envuelto en roja tapa dura; la obra de un autor que, pese a tener algunas obras de su autoría en la biblioteca de mis padres, no le había prestado la merecida atención.

Hasta ese momento.

El autor, Morris West. La obra en cuestión, “El abogado del diablo”. ¿El tema central? El conflicto de la fe.

Dato curioso, dentro de este libro adquirido esa tarde, me encontré un boleto de autobús que databa de, ¡1997!

Meredith Brooks, sacerdote católico de origen inglés, descubre tras diagnóstico médico, que padece un cáncer que ya empieza a carcomer su ser. Irónico, pues se trata de un hombre del clero, quien tras años de preparar a otros para su muerte, le cuesta trabajo afrontar la propia.

Sin embargo, más que la certeza de su muerte, lo que más aterra al protagonista es ese sentimiento de no haber vivido adecuadamente su vida al servicio de su prójimo, como marca el precepto cristiano. Se trata de un hombre que más que nada, ve su profesión sacerdotal más como un trabajo común y corriente, que como una vocación, un llamado. Y esto es así ya que siente que no ha vivido en carne propia, por decirlo de alguna manera, el principal rasgo que caracteriza a la doctrina cristiana: el amor.

No me refiero a un amor de tipo romántico, meloso, sino al tipo de amor desinteresado que o no espera nada a cambia aquí en la tierra, “en concreto” pues, o sabe que probablemente no verá en vida los frutos de ese acto compasivo hacia su prójimo. Ese amor, el amor cristiano, es el que se equipara a la tercera y más importante de las virtudes teologales: la caridad.

Y es la más importante dado que, en consecuencia con el precepto evangélico, “los primeros serán postreros y los postreros, primeros (San Mateo 20: 16-20)”. Así y todo, con todo y la enorme preparación que demostraba, a Meredith se le presenta una última oportunidad de dar testimonio a su fe, para que la misma no muera, con una obra, quizá la más importante de su carrera eclesiástica.

Meredith es convocado a Roma para, como parte de una comisión especial del Vaticano que le sugiere colaborar en la investigación de un supuesto santo que surgió en una apartada región italiana, en Calabria, y que ya empieza a hacer eco entre los campesinos y parroquianos de la región, quienes ya comenzaban a clamar a Dios para que su héroe de origen desconocido sea elevado a los altares, como un santo.

¿El hombre? Giacomo Nerone, un desertor aparentemente inglés cuyos orígenes, más allá de eso y de la intensa y humanitaria labor realizada en los pueblos de la región de Gemelli Dei Monte, así como sus vivencias íntimas y su posterior encuentro espiritual con el Creador, son bastante turbios.

¿La labor del padre Blaise Meredith? Desmentir a toda costa los rumores sobre la supuesta santidad de este controvertido personaje a través de la minuciosa investigación que, pese a su condición terminal, el protagonista está dispuesto a llevar a cabo.

La labor se antoja azarosa, y no sólo por el echo de que es un enfermo terminal el que tiene que moverse colina arriba (en sentido tanto metafórico como literal) para sortear las dificultades que se le presentarán en el camino. Y es que no es para menos pues es en esta trama donde queda patente lo que se dice en el viejo adagio de, “pueblo chico, infierno grande”.

Conforme escarba más en la vida de este misterioso hombre, quien se antoja como una especie de contradicción viviente, más problemas encuentra, pues su imagen contrasta contra lo que se esperaría de un “santo” en el imaginario del católico común y corriente.

¿Y cuáles son esos problemas?

Pues las personas relacionadas con él en vida, desde Nina Sanduzzi, su amante y madre de su hijo, Paolo, hasta el doctor Meyer, liberal de origen judío y bastante cercano también a Giacomo. A estos se agregan el padre Anselmo, párroco de la villa Gemello Minore (Nerone fue sepultado en Gemello Maggiore), quien no ocultaba su aversión por el pretendido santo y quien, por su parte, hacía vida conyugal con su ama de llaves, ¡muy lejos del celibato requerido en su línea de trabajo!

¿Quieren más problemas? Adelante, pues.

La condesa Anne Louise de Sanctis, otrora enamorada del difunto “santo”. Nicholas Black, pintor que se ha auto exiliado en este rincón de Calabria y que comparte espacio y nacionalidad (ambos son ingleses) con la condesa y cuya inclinación sexual parece pretender seducir al joven hijo de Giacomo. Este pintor es un personaje que al principio parece pérfido y mal intencionado (y lo es en muchos puntos del desarrollo de la historia) pero que, al indagar más en su pasado, y de igual manera en el de la condesa, su mecenas, no puede uno más que, cuando menos, sentir empatía y hasta lástima por su situación.

Con todo lo anterior, sin embargo, pensaría sobre todo un católico ordinario, que razones sobrarían para no considerar santo a Giacomo Nerone pero, como todo en la vida, son los detalles pequeños los que la hacen grande. Esos detalles son los que descuellan merced a la minuciosa investigación ejecutada por Meredith: el hombre ciertamente hacía su tarea y quizá uno de los detonantes que le permitieron despertar, aun en el ocaso de su vida, la pasión por ayudar a otros.

Esto se dio quizá en el momento en que el obispo que le comisionó le dijo, “en su vida no hay pasión, hijo mío. Usted no ha amado nunca a una mujer, no ha odiado a un hombre, no ha compadecido a un niño. Usted ha estado retraído demasiado tiempo y ahora es un extraño en la familia humana”.

Sutil forma de decirle que saliera de la oficina, del estudio, para vivir la teoría en práctica.

El desenlace de los eventos, que se suscitan varios años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, que nos llevan a través de los “flashbacks” o retrospectivas que se muestran para entender mejor el contexto, resulta trepidante, y harto fascinante. Y esto es probablemente algo de lo que hace tan atractivas las obras del australiano Morris West.

Pero más allá de presentarnos la forma en que estos procesos de beatificación y canonización se llevan a cabo en la iglesia católica, lo fascinante y que vuelve a los personajes entrañables es que se trata, como todo en la vida, de un viaje de descubrimiento, de realización y de la búsqueda de un sentido que darle a la vida, para los demás y para uno mismo.

¿Qué podría ser más humano y más divino que eso?


Tonatiuh

Santiago de Querétaro, Qro. México. Miércoles 1 de enero de 2025.

Bibliografía:

·         Morris West. El abogado del diablo. © Por esta edición: 1993, Ediciones Altaya, S.A. de C.V.

 

 

 

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