Mil libros que leer antes de morir. Capítulo 35, “El proceso”.
“Tener un proceso semejante es ya haberlo perdido.”
El Proceso, Franz Kafka
Este ominoso preludio que se haya cercano a la mitad del libro define perfectamente el camino largo y tortuoso que Joseph K, nuestro protagonista, habrá de seguir a lo largo de la trama de “El Proceso”.
A manera de “foreshadowing”, se antoja a convertirse
en un poco inesperado spoiler literario… Y de la vida real.
Pero, anglicismos aparte, la verdad es que
Kafka no decepciona por la manera en que presenta la complicada maraña de
situaciones que, cual periplo sin sentido, inevitablemente llevarán al señor K
a enfrentar su destino. ¡Imposible no ver una semejanza con Sísifo, empujando
la roca colina arriba en un esfuerzo inútil que le llevará a dejarla caer
cuesta abajo para verse obligado a empujarla nuevamente!
Sin embargo, en este esfuerzo que a ratos da
atisbos de que el protagonista del relato saldrá bien librado, no deja de
llevar al lector a una espiral cínica, sabiendo que la cosa difícilmente acabará
bien.
Ya desde el principio de la novela, y sin
mediar un “debido proceso” (irónicamente), un par de agentes esperan en la
antesala a Joseph K, para informarle de un proceso que se ha iniciado en su
contra del cual el señor K, extrañado, no sabe absolutamente nada. Lo que sí se
sabe de K, es que tiene un puesto gerencial importante en un banco. Paradójicamente,
los “agentes” que aguardaban por K, ¡eran empleados del mismo banco! ¿Confabulados
quizá? El subgerente no para de relamerse los bigotes ante la inminente
posibilidad de quedarse con el puesto de nuestro protagonista, de “bajarle la
chamba”, como se dice vulgarmente. Sus mismos clientes, entre los que destaca
un industrial, parecen formar parte de la oscura conjura contra K.
Otro de los ganchos que atrapan temporalmente
a Joseph son las mujeres, quienes en este relato parecen servir al propósito de
la trama que se urde en contra de nuestro actor principal; como si se tratara
de ninfas perversas que buscan perderle en un laberinto burocrático del que no
logra hallar la salida. No hay nadie en quien confiar, todos son sospechosos,
pues parecen en un principio querer ayudarle genuinamente cuando de repente, se
tornan en su contra alegando que la ley debe de cumplirse y que al procesado no
le queda más que seguir su proceso, quiéralo o no a manera un tanto entre
obligada y libre. Típico, “no hay problema si no lo haces, PERO habrá
consecuencias si descuidas este asunto…” Ya se sabe: nada amenazador.
Incluso un sacerdote, de quien podría
esperarse si no una ayuda, una guía o incluso una asistencia que garantice su
seguridad a lo largo de este complejo proceso, lejos de ser un solaz en este
espinoso camino resulta ser todo lo contrario; parece incluso formar parte de
la conjura en contra del protagónico. El cura incluso llega al punto de hacerle
una analogía con un extracto bíblico en el que en pocas palabras le hace ver lo
fútil de su empresa: es imposible que logre obtener una respuesta satisfactoria
en esta ordalía que se ha cernido sobre de él.
Y ni hablar de los abogados…
Estos leguleyos de los cuales K busca
desafanarse para quitarse de encima el insoportable peso de lidiar con individuos
que, lejos de ayudarle, ¡le complican todavía más el proceso! Huld es un
perfecto ejemplo del conocido que dice tener influencia, “palancas” que le
permitirán POSIBLEMENTE salir relativamente bien librado del proceso. Nótese que
en ningún momento se ha empleado un término que implique que se librará
definitivamente de esta persistente sombra que acecha amenazadoramente a su
vida, cual espada de Damocles; ya nunca podrá estar tranquilo, eso se vuelve
cada vez más evidente. Estos así llamados abogados se desenvuelven en ámbitos
de cuestionable reputación, ¡paradojas de la vida! Y son los que
pretendidamente ayudan a nuestro personaje central…
Y hablando de palancas, no faltan los pintorescos
personajes que, pese a nada tener que ver con la ley, se mueven en el ámbito de
la misma en formas insospechadas. Tal es el caso del pintor Titorelli, quien
trabajaba para el tribunal convenientemente pintando retratos. Joseph busca
ganarse su favor de manera infructuosa porque ¿adivina usted? Así es: el
también parece estar confabulado en contra de nuestro personaje principal.
Joseph K parece pelear patéticamente contra
un sistema que ha sido creado para, literalmente, hacerle la vida imposible. Cual
mosca atrapada en una telaraña de la que intenta desesperadamente zafarse y
creyendo ingenuamente que podrá librarse del oscuro destino que le aguarda, K
no ceja en los esfuerzos que, en el reducido tiempo que tiene disponible, le
permitan salir adelante y descubrir de qué rayos se le acusa.
¿Acaso se trata aquí de una respuesta que
nunca vendrá? ¿Una salida que a ratos se vislumbra en el horizonte pero que
cuando parece acercarse más a ella, esta se aleja de él como si se tratara de
una broma cruel?
Al principio de esta reseña mencioné que el
patético esfuerzo monótono que sigue K en su proceso era similar al mito de Sísifo,
sin embargo, el mismo tiene una diferencia: acabará de tajo. Y dejémosle así,
para no revelar más detalles de la intricada y no poco interesante trama de
nuestro protagonista.
El Proceso y la trama que se desarrolla en
torno a su protagonista parece estar imbuido de una actualidad pavorosa, que no
sólo deja ver el genio narrativo de Kafka, adelantado a su época, pero que
también sabe amargo, repleto de una amargura que se antoja particularmente
familiar. Y más familiar aun en un país como mi atribulado México en el que,
con más de un 90% de casos que quedan impunes y en el limbo de los procesos
judiciales y legales inconclusos o dudosos, no puede uno más que sentir una
molesta e indeseable familiaridad con la omnipresente corrupción que entorpece
el verdadero fin de la justicia en su rostro que debiera ser equitativo, pero
que sólo deja entrever que su principal misión es mantener el statu quo, cueste
lo que cueste, llévese entre las patas a quien sea necesario, con tal de
mantener el privilegio de los mismos poderosos de toda la vida, que sólo cambian
de nombre, pero no de manos.
En definitiva, es una lectura obligada dentro
de las obras de Kafka y que de este autor, se ha transformado en mi favorita
después de Metamorfosis. Si alguna vez sientes que valores tales como el valor
cívico se han perdido en una sociedad en que, merced a los medios digitales y la
poca educación recibida en casa, la gente opta por lanzar la piedra y esconder
la mano, en condenar al ostracismo a quien sea sólo por pensar diferente o peor
aún, por decir la verdad, lo cual parece ser una actitud poco recomendable
contra la brosa quien parece resentir que le hagan ver su error, entonces no
estás solo: este libro ES para ti.
Dura lex, ¿sed lex?
Tonatiuh
Santiago de Querétaro, Qro. México. Viernes 1
de diciembre de 2023.
Bibliografía:
Comentarios
Publicar un comentario