1,000 libros que leer antes de morir. Capítulo XXIII: El arte de pensar.

Leer a Arthur Schopenhauer no solo es un privilegio en sí mismo, sino que también es una maravillosa oportunidad de aprender a apreciar y analizar de manera más crítica los diversos aspectos que hacen de la vida una delicia; extraño comenzar con semejante prólogo, tratándose de un libro escrito por quien es considerado como el “padre del pesimismo filosófico”, ¿no les parece?
Hombre de su tiempo a la vez que adelantado al mismo, Schopenhauer deja en este brevísimo ensayo un valioso testimonio de su aproximación a las artes, a la lingüística y al impacto de esta última en la idiosincrasia de los pueblos, particularmente de aquellos que detentan el (por así decirlo) título de cuna de algunas de las principales lenguas indoeuropeas, donde (por lo menos en este libro) descuellan el francés, el inglés y, evidentemente, el alemán. Dicho sea de paso, los ácidos comentarios, sello característico del autor, no se hacen esperar; a menudo, ¡con justificada razón! Pésele a quien le pese: después de todo, ¡así es Arturito Schopenhauer! Pero así lo queremos.
Desde el inicio, esta obra literaria es un ataque directo, sin reservas ni filtros, hacia aquellos intelectualoides, “filosofastros”, como el propio autor los denomina en este libro, y a sus pretendidas ambiciones de sentirse más sabios, doctos y demás, por el sólo hecho de haber leído más que sus contrapartes mortales menos cultas, quizás, pero eso sí, más pragmáticas, más listas, pues. Ejemplo de este pensamiento lo constituye una de sus frases que dice, “leer es pensar con la cabeza de otro en lugar de con la propia”.
Contrario a lo que piensan los “reformadores” modernos en cuestión educativa, así como al pensamiento de aquellos que piensan que leer cualquier cosa es bueno o que salen con el agotadísimo cliché de que “no hay libro tan malo del que no se pueda aprender algo bueno”, Schopenhauer les dice NO de manera rotunda, enfatizando a ratos bastante frecuentes por cierto la importancia de pensar por sí mismo, antes de que otros piensen por uno. Baste recordar que “el filósofo común que saca sus ideas de los libros es a un pensador personal lo que un historiador a un testigo ocular”. No es lo mismo el astrónomo que ve desde lejos la maravilla celeste, que el astronauta que la experimenta en vivo y de primera mano.
De manera harto reflexiva, Schopenhauer hace notar al lector que para que esos grandes pensadores del pasado llegaran a tan profundas construcciones intelectuales que posteriormente se volvieron piedra angular del pensamiento científico, particularmente en occidente, estos debieron mediante una agudísima introspección así como una minuciosa investigación de los hechos poder llegar a conclusiones convincentes; por lo menos para su época, pues no hay que olvidar que la filosofía como toda ciencia evoluciona de acuerdo al pensamiento humano. Hoy en día, las cosas son bien diferentes de cómo eran hace doscientos años, pues si bien “leer nos libera en buena parte del trabajo de pensar”, la tecnología de ahora con los diferentes medios que están al alcance de la gran mayoría de las personas ha sustituido a los libros, los “gadgets” de aquel entonces. ¡Menuda sorpresa se llevaría don Schops si le tocara vivir en nuestro tiempo! Imagínese usted los ácidos comentarios que vertería al respecto! Más cambian las cosas, más siguen igual… Y yo añadiría, ¡si no es que peor!
Como todo hombre de su tiempo y sin olvidar la importancia que en la época contemporánea tuvieron y siguen teniendo sus propuestas filosóficas, Schopenhauer destaca a Kant, poniéndolo en la cúspide de la filosofía germánica, con la posterior (a sus ojos) decadencia intelectual que se dio posterior a él. Baste recordar que nuestro querido Schops quería tanto a Hegel como una piedra en el zapato: “…la bancarrota de toda esta escuela y de éste método. Y es que, en Hegel y sus colegas, la insolencia de esta absurda farándula…” Etcétera y demás… En Schopenhauer, Hegel tenía a su némesis, su bête noire.
En cuanto a las revistas y gacetas literarias, Schopenhauer hoy en día se daría gusto desmenuzándolas, triturándolas y pulverizándolas a diestra y siniestra, por su pretendida sabiduría; baste darse una vuelta a las bibliotecas públicas o escolares para contemplar el lamentable catálogo de “sapiencia bibliográfica”: Dross, Jordy Rosado, etcétera… La lista de culpables es larga, a la vez que vomitiva.
“Las revistas literarias deberían alzar un dique frente al garabateo sin escrúpulo de nuestro tiempo y el diluvio creciente de libros inútiles y malos”.

¡Tan vigente hoy como a inicios del siglo XIX, cuando fue escrito! Gústele a quien le guste y, ¿por qué no? Disgústele a quien le disguste.
Otra más de las enormes, monumentales, ¡colosales, inclusive! Verdades que Schopenhauer da a conocer en este breve pero contundente y maravilloso libro, es una de sus notas a pie de página, reflexión harto sapientísima en la que ataca la cobardía de los anónimos, que en esta época contemporánea (¿o poscontemporánea? Mmmmh… ¿Acaso importa?) parecen abundar cual perros callejeros (con una disculpa a los cánidos); aquellos que en sus comentarios o pretendidas parodias, escudándose tras la “libre expresión”, simplemente actúan de manera cobarde, lanzando la piedra y escondiendo la mano, vituperando, más escondiéndose entre la multitud: “el que escribe anónimamente quiere engañar al público y denigrar a los escritores: lo primero es en beneficio del editor, lo segundo aplaca su envidia”.

Pero ahí no acaba la cosa, ¡no, señor! Con Schopenhauer, si hay algo que bien se puede esperar es una marejada inmisericorde de verdades, crudas, amargas, acres, donde señala directamente a los culpables de tan ruines maquinaciones, disfrazadas como bien se mencionó antes, de libre expresión:
“El anonimato es pillería literaria, contra la cual hay que gritar inmediatamente, ¡tú, bribón, no quieres reconocerte responsable de lo que dices contra otras personas; tapa, pues, esa boca maldiciente!”

¿Así, o más claro? Bravo, Schops, ¡bravo!
Pedrada directa en nuestro tiempo para aquellos que, escudándose alegremente al abrigo del cómodo anonimato virtual dan rienda suelta estúpida y continuamente a sus “opiniones”, nuestros ya conocidos de sobra millennials, esos patéticos filosofastros que se han pretendido erigir en jueces, jurados y verdugos de lo que está bien y lo que está mal en nuestro tiempo y que no son más que adolescentes (sin importar su edad biológica) frustrados carentes de toda brújula ética y moral que dicen saberlo todo, sin conocer en realidad nada. Memes, videos arreglados y demás productos o subproductos más bien, más patéticos y carentes de originalidad que el más burdo sample musical utilizado hasta por el más desconocido DJ. Ah, que época, ¡ciertamente que Schops no acabaría de criticar, con más que justificada razón, ésta lamentable abundancia de libertad (que más bien raya en el libertinaje) mal encausada!
A dichos “críticos” anónimos virtuales de los que hay tanto hoy día, bien podría aplicárseles los más recios epítetos y calificativos, a mí parecer, bien merecidos, tales como:
Un género de impertinencia especialmente ridículo de tales críticos anónimos, es que, como los reyes, cuando hablan usan el “Nosotros”; cuando deberían hablar no sólo en singular, sino en diminutivo y hasta en humillativo, diciendo, por ejemplo: “Mi miserable pequeñez, mi cobarde astucia, mi camuflada incompetencia, mi mezquina pillería”.

A todos ellos, bien aplicaría también el decirles, “¡Di cuál es tu nombre, bribón, o cállate!”
Asimismo, Schopenhauer distingue entre dos tipos de escritores: los que escriben por convicción y aquellos que lo hacen… Para ganar dinero. ¡Ay, que se vislumbra tras siglos de existir la abismal diferencia y la encarnizada pugna entre los auténticos filósofos y los pretendidos sabios, los sofistas, aun en nuestro tiempo! Léase entre líneas: Dan Brown, Deepak Chopra, Paulo Coelho, Carlos Cuauhtémoc Sánchez, ¡ejem! La lista de culpables es larga y enojosa en extremo.
En breve espacio, Schopenhauer desarrolla reflexiones interesantísimas sobre gran variedad de temas que van desde la lingüística, pasando por la literatura, las ciencias, las artes e incluso la poética y la música; si bien este último apartado quizá lo comprendan más quienes saben más respecto al tema. Baste recordar que Schopenhauer destacaba entre las formas artísticas, de modo hasta espiritual podría decirse, la música.
Con respecto a lo que a la lingüística se refiere, el autor reitera la importancia de la enseñanza de los idiomas, tan poco valorada incluso en nuestra época, ¡pese a contar ahora con tantos y variados medios de comunicación! Él lo compara con respecto a su tiempo, un siglo atrás, como en el caso del latín. Ni qué decir hoy día con la importancia que en un mundo cada vez más globalizado, más no (irónicamente) más unido… Triste caso el nuestro. En lugar de permitirnos no sólo desarrollar como han comprobado tantos investigadores de nuestro tiempo otras habilidades neuronales, así como un mayor conocimiento de nosotros y una empatía más desarrollada para con el otro que tiene una lengua, una cultura y un pensamiento diferente al mío, del cual podría aprender y el a su vez de mí, ha resultado todo lo contrario: baste echar un vistazo a los noticieros matutinos y a la avasallante cantidad de “información” que circula en los medios virtuales de hoy día para darse cuenta de la deprimente realidad.
En resumen, o como quien dice, para no hacerles el cuento más largo, es éste un libro que no sólo recomiendo ampliamente, sino que debería hacerse casi casi obligatorio en escuelas públicas y privadas, pues la cultura y el conocimiento deben ser accesibles a todos, independientemente de la condición social, raza o ideología. Pulgares arriba para el así llamado padre del pesimismo filosófico, que en tan reducido espacio literario creo una joya brillante de diminutas dimensiones, pero enormes repercusiones.
“Qué grandes y dignos de admiración han sido aquellos espíritus del género humano, los cuáles, haya sucedido esto donde se quiera, inventaron la más maravillosa de las obras de arte, la gramática de la lengua…”

Tonatiuh Collantes
Santiago de Querétaro, miércoles 4 de abril, año 2018 D.C.

Bibliografía:

  • El arte de pensar. Schopenhauer, Arthur. D.R. © Editorial Lectorum, S.A. de C.V. 2016.


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