Mil libros que leer antes de morir. Capítulo XXI: La Tía Julia y el Escribidor.
A un hombre se le juzga por sus acciones, pero definitivamente que se le conoce por sus pasiones.
Ya se habrá escuchado en alguna ocasión aquello de que "para que el artista halle la inspiración adecuada, es necesario que la Musa descienda". Bueno, como es evidente no sólo en las mitologías a lo largo de la Historia humana, sino también en las historias personales que atañen a cada hombre (y me refiero principalmente en el sentido del género), esa Musa es a menudo una mujer; una mujer de carne y hueso, de sentimientos, de pensamientos y acciones inspiradoras que se convierten en el motor creativo de un hombre, de sus fantasías, de sus deseos (no sólo eróticos), pero también de sus logros.
Tal inspiración constituye para Vargas Llosa en "La Tía Julia y el Escribidor", la piedra angular del desarrollo de su ya vislumbrada desde entonces, fantástica narrativa, donde simultáneamente no puede uno evitar ver un trazo evidentemente autobiográfico en esta increíble novela, que precedió a aquella que habría de darle fama a su autor más adelante con "La ciudad y los perros".
Ni que dudar asimismo que Vargas Llosa plasma en las líneas de esta fabulosa novela la que es o ha sido en algún punto de nuestras vidas, la fantasía de todo hombre, cima erótica de sus más profundas (¿y acaso oscuras?) ensoñaciones y deseos: estar con una mujer mayor, enamorarla, hacerle el amor...
Si bien el epicentro en el desarrollo de la historia lo constituyen la serie de eventos que llevaron al en aquel entonces mozalbete peruano que apenas salía de los dieciocho años y sobrevivía con su trabajo en los Radioteatros (la televisión aún no llegaba a Perú) a mediados de la década de los cincuentas del siglo pasado, enamorado profundamente de esta sensual y compleja mujer boliviana amiga de la familia de "Varguitas", como la propia Julia le llamaba, la novela no se centra sólo en estos, ya por mérito propio, complejos y entrañables personajes. Y es que Vargas Llosa es garantía de una narrativa que asegura que, si bien al principio parecen no tener relación, los personajes en su compleja y fascinante historia que bien merecería una narración aparte, llegarán a formar parte de la trama de los personajes principales, ora sea de forma directa o indirecta en algún punto de la historia.
El casamiento que se sucede a su alrededor, cargado de un drama incestuoso; las peripecias de un doctor venido a menos a raíz del trágico accidente (provocado por su propia negligencia), y la posterior terapia a cual más heterodoxa que tomo, la cual termina por rescatarle del negro abismo mental en que se había sumergido, sacándole a flote su inconsciente (¿o subconsciente?) aversión hacia los infantes; el atroz crimen cometido por un Testigo de Jehová, fanático religioso que viola a una jovencita preadolescente y la aún más trágica y traumática respuesta de los padres de la víctima; las familias de "abolengo hispano" (¡típico en Latinoamérica!) que data de tiempos coloniales, también venidas a menos por la tragedia que cual telaraña y polvo que carcome termina por alcanzarles; el sargento Lituma en su incansable Cruzada por cumplir con su deber en una sociedad, como muchas en nuestra América Latina, a la que poco o nada le importan la honradez y la disciplina, así como la tormentosa desesperación de un individuo negro de origen desconocido, hallado desnudo en las profundidades de las barriadas de Lima, confundido por no conocer ni el lugar ni la lengua del sitio en el que se halla, son sólo algunos de los fascinantes "subrelatos" (valga la expresión) que conforman el rico mosaico trágico de "La Tía Julia y el Escribidor".
Pero no sólo las personas constituyen personajes (¡menuda cacofonía, señor!) en el relato de Vargas Llosa, ¡también los lugares! Sitios familiares para quien conozca el Perú o la ciudad de Lima y sus alrededores: San Marcos, Miraflores, El Callao, entre otros. Mario volverá a retomar algunos de esos lugares en su obra cumbre más adelante.
Por último, más no menos importante, no olvidar a los cómplices o simples testigos de la odisea que constituyó para Varguitas el enlace matrimonial con la sensual Tía Julia, complemento de sus aspiraciones y deseos, así como inspiración de su posterior carrera en las letras, merced a culminar (¡con grandes esfuerzos!) una carrera, al tiempo que mantener hasta siete trabajos en un principio para mantenerse y mantener a su mujer. Dentro de los cómplices y testigos destacan la prima Nancy, el gran Pablito, Pascual y ese personaje delicioso y complicado, simpático a la vez que trágico y patético en numerosas ocasiones que constituía el gran Pedro Camacho, la estrellita del radioteatro, paisano de la Tía Julia.

Más podría yo escribir (y describir) respecto a esta joya de nuestra literatura latinoamericana, pero me limito sólo a recomendarla, particularmente a nuestros jóvenes, ya que estos son los clásicos que deben conocer. Gracias, Varguitas, por compartirnos tu fascinante vivencia, por vaciar de manera catártica acaso, en tan maravillosas líneas esta obra increíble.
"Para el arte, no hay horario".
Tonatiuh
Bibliografía:
- La Tía Julia y el Escribidor. Mario Vargas Llosa. Biblioteca Breve. Editorial Seix Barral S. A. Primera Edición, septiembre de 1977.
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